viernes, 25 de junio de 2021

Globalización y circulación del conocimiento en el siglo XVI

En el siglo XVI, tras la llegada de los europeos a América y la creación de los imperios coloniales ibéricos, comenzó la primera globalización. Los deseos expansionistas de las potencias europeas y sus intereses comerciales abrieron rutas de navegación y comunicación que unieron todo el mundo. Según Pardo Tomás (2020a), esa primera mundialización estuvo marcada por tres procesos relacionados: la misión evangelizadora de las potencias coloniales, la mercantilización de la economía y la importancia que adquirió el conocimiento como herramienta de gobierno y control de los imperios coloniales.

 

En este marco, las rutas comerciales, las campañas de exploración y de conquista y las misiones religiosas tejieron una tupida red por la que circulaban personas, objetos y conocimientos de una parte a otra del planeta. Las potencias europeas necesitaban seguir ampliando sus saberes científicos y técnicos en campos como la cartografía, la navegación, la historia natural, la lingüística, la minería o la transformación de materiales para poder continuar con su campaña expansionista, explotar los recursos naturales de las colonias y mantener económicamente sus imperios. En los viajes se mezclaban religiosos, militares, navegantes, médicos, ingenieros, cosmógrafos o exploradores que traían y llevaban todo tipo de conocimientos y objetos, desde instrumentos de navegación o mapas a minerales o especies vegetales que, además de nutrir colecciones y museos, transformaron las formas de alimentación de distintas regiones del mundo.


La historia de la ciencia de las últimas décadas ha empezado a reconocer la importancia que tuvieron esos contactos de los colonizadores con los saberes locales y el papel de los intermediarios en la apropiación y difusión de ese conocimiento necesariamente mestizo. Pero también que los intercambios no se produjeron únicamente entre las metrópolis y las colonias, lo que contribuye a deseuropeizar una narrativa histórica profundamente eurocéntrica. En el caso de América, por ejemplo, hubo un rico flujo entre México y el Pacífico asiático a través del galeón de Manila. 

 

La ruta comercial del galeón que unía Manila y Acapulco

Esa ruta comercial creada a instancias de la Corona española circuló entre Manila y Acapulco desde 1565 a 1815. Aunque la metrópoli se había reservado su control para asegurarse los beneficios económicos, la situación real fue muy distinta. Como señala la historiadora Guadalupe Pinzón, del lado asiático llegaban mercancías y personas procedentes de la India, Macao, China o Japón y se embarcaban en Manila rumbo a Acapulco, desde donde se distribuían por el virreinato de Nueva España, pero también por el de Perú y el resto del territorio americano, para luego emprender el viaje de vuelta sin pasar por la intermediación de las instituciones españolas. Especias, tejidos, alimentos, plata, tintes, técnicas, instrumentos de navegación, lenguas, libros, personas y conocimientos circularon a ambos lados del Pacífico y desde allí se exportaron a otras latitudes.

 

Sin embargo, como apunta Pardo Tomás en su conferencia «Centro y corazón desta gran bola. Globalización y circulación del saber desde México (1520-1620)», cabe revisar el término ‘circulación del conocimiento’ e ir más allá. Los flujos del saber no fueron horizontales, ni se produjeron en igualdad de condiciones; se impulsó una asimetría de la ignorancia basada en el poder colonial y el discurso de la modernidad, que determinaban quién podía acceder al conocimiento y qué conocimientos debían ser aprendidos. En Nueva España, las órdenes religiosas practicaron lo que Pardo Tomás denomina ‘medicina de la conversión’: en su misión evangelizadora pretendían convertir a la población local y también sustituir sus saberes médicos por técnicas importadas de Europa. A pesar de que se apropiaron, por ejemplo, del arsenal terapéutico mesoamericano y de sus saberes tradicionales, el olvido selectivo de la historia posterior perpetuó la idea de la superioridad innata de la ciencia europea. Ese estudio histórico de los contactos y los intercambios de conocimientos debería incluir también las relaciones de poder que los condicionaron.

 

 

Referencias

Pardo Tomás, J. (2017) Conferencia magistral «Centro y corazón desta gran bola. Globalización y circulación del saber desde México (1520-1620)» Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades-UNAM

Pardo Tomás, J. (2020a) «Saberes de un mundo globalizado» Saberes en acción. Investigación y ciencia

Pardo Tomás, J. (2020b) «Europa mira a los otros» Saberes en acción. Investigación y ciencia

Pinzón, G. (2019) Programa «El galeón de Manila o Nao de China» Revista de la Universidad de México

miércoles, 9 de junio de 2021

La escritura digital: un nuevo tipo de sujeto cognitivo para una nueva epistemología

Hasta la aparición de la escritura digital, el libro físico actuaba como depositario de la memoria colectiva del ser humano. Con la digitalización, ese depósito no solo amplía su capacidad de almacenamiento de forma prácticamente infinita, sino que deja de ser un mero soporte y adquiere una nueva función activa. La web, además de ser una megabiblioteca, es una metabiblioteca que usa el conocimiento que contiene, lo organiza, lo gestiona y establece las rutinas de búsqueda.

 

En este nuevo paradigma, el sujeto cartesiano clásico, con su capacidad de pensar por cuenta propia y su necesidad de procesar e interiorizar el conocimiento depositado en los libros, da paso a un sujeto-usuario. Para ser un sujeto epistémico activo y competente, este nuevo sujeto ya no necesita incorporar a su imagen del mundo los conocimientos que están disponibles en la web, no ha de justificarlos, interiorizarlos ni apropiarse de ellos, únicamente debe saber usarlos.

 

Estas transformaciones requieren una nueva epistemología que tenga en cuenta que la digitalización da lugar a una realidad virtual en la que los objetos digitalizados no hacen referencia exclusivamente al mundo exterior, como sucedía con la escritura tradicional, sino que son objetos de nuevo cuño con entidad propia que modifican la experiencia del sujeto cognitivo y le ofrecen un conocimiento gestionado y organizado según sus propias reglas, no al modo humano. El nuevo sujeto-usuario se enmarca en una nueva manera de conocer en ese entorno digital que constituye una segunda naturaleza a la que debe adaptarse permanentemente. Y la epistemología debe abordar estos cambios y su incidencia en el conocimiento, en su gestión y en sus usos.

La historia de la escritura y las formas de conocimiento

La escritura mantiene una relación bidireccional con el conocimiento: como artefacto cultural, es fruto de la actividad cognitiva humana y, a su vez, repercute en esa actividad y en la historia del conocimiento.

 

En la fase de la historia de la humanidad previa a la aparición de la escritura, la experiencia del mundo del ser humano quedaba limitada a la percepción de los hechos naturales inmediatos. Aunque en las culturas orales ya se producía una transmisión cultural, la aparición de la escritura fue el detonante para que esa tradición pasara a formar parte de la experiencia del mundo a través de los textos, en los que se podía fijar una cosmovisión concreta.

 

En ese periodo inicial de la escritura, la escasez de los textos les confería un gran valor y un carácter canónico, que requería la mediación de personas expertas para la interpretación. Esto cambió con la invención de la imprenta y la proliferación de libros, que llevó a la democratización del acceso al conocimiento, a la posibilidad de criticar las interpretaciones oficiales y al declive del argumento de autoridad. El libro, convertido en objeto sociocultural, se transformó en una herramienta activa para entender el mundo y experimentarlo.

 

La escritura digital da un paso más y establece un nuevo paradigma disruptivo que rompe con el viejo régimen. La digitalización, que afecta tanto a textos como a sonidos e imágenes e incluye el hipertexto conectado, no genera objetos que actúan como intermediarios para conocer el mundo, sino nuevas experiencias. La web no sustituye al libro por un objeto equivalente en formato digital, sino por una experiencia directa del nuevo mundo que ha producido. Esta nueva situación experiencial del mundo exterior, unida a la externalización de la memoria mediante la web hipertextual, cambia las características del sujeto cognitivo e implica una forma de conocimiento distinta, una nueva cultura.

Los valores epistémicos y su correlato axiológico

 

Cada sociedad tiene su propia cosmovisión, una representación del mundo que no es compatible con cualquier forma de organización social, de cultura ni de gestión del conocimiento. Lo que sabemos y cómo lo sabemos está mediado por el contexto y por un sistema de valores epistémicos que no son universales ni eternos. Esto implica que los valores epistémicos que utilizamos para catalogar el conocimiento tienen un correlato axiológico en los valores que consideramos deseables desde el punto de vista social y que esa correlación es bidireccional.

 

En la tabla 1 se recogen cuatro valores epistémicos —verdad, compromiso semántico, testabilidad intersubjetiva y coherencia interna y externa— a los que corresponden unos valores sociales. La verdad o la testabilidad que requerimos para considerar que algo es conocimiento se vinculan a la pretensión de la sociedad actual de fijar criterios sobre el bien y el mal moral o esquemas de control público para evitar manipulaciones no contrastables.

 

Pero estos valores epistémicos no son inmutables. Por ejemplo, el compromiso semántico del conocimiento, asociado ahora a valores como el fomento de la comunicación intercultural, la deliberación y el control político-social de la cultura, no era un valor epistémico en el marco de la tradición hermética europea de la Edad Media. En ese contexto, se veía el saber como algo revelado por una autoridad y reservado a unos pocos elegidos, lo que se reflejaba en textos oscuros, en la reclusión del saber en conventos y universidades o en el uso del latín como lengua académica. El cambio de ese valor epistémico, que supuso un impulso de la divulgación del conocimiento, también implicó, por ejemplo, el uso de las lenguas vernáculas para llegar a estratos más amplios de la sociedad o la utilización de tipos textuales más accesibles, como los Diálogos de Galileo.

martes, 8 de junio de 2021

La epistemología histórica no puede ser esencialista

 

La epistemología histórica asume el carácter contingente e histórico del conocimiento —en especial, del científico—, así como las múltiples relaciones de influencia mutua que se establecen entre el conocimiento, la forma de conocer y el contexto histórico, por lo que es incompatible con el esencialismo: no hay una esencia eterna, explicativa y normativa del conocimiento, sino que cada sociedad tiene su propia imagen del mundo.

 

La visión esencialista de la filosofía de la ciencia se ha sustentado en dos factores: por un lado, la identificación de la ciencia natural con el modelo físico-matemático y, por otro, la idea de que la ciencia no es más que un conjunto de enunciados justificados como verdaderos y ajenos a factores externos como la adquisición, la producción o la difusión de conocimiento. Sin embargo, la propia evolución de la historia de la ciencia, que supone la mutación de los conocimientos considerados verdaderos en cada momento, choca con esta concepción esencialista vinculada a la teoría de las dos culturas y a la preminencia de las ciencias naturales. A partir de los años setenta, con la obra de Khun sobre las revoluciones científicas y la desmitificación de la ciencia como una actividad ideal y neutra ajena al contexto histórico o social, se pone de manifiesto esta incoherencia.

 

La epistemología histórica es contraria al esencialismo, lo que no quiere decir que sea relativista, sino que es realista, ya que asume que el conocimiento científico no constituye una verdad inmutable y perfecta. Lo que consideramos verdadero —incluso lo que consideramos ciencia— es el resultado provisional de la reflexión y el consenso en un contexto dado y siempre está sujeto a corrección. El enfoque de la epistemología histórica permite analizar y comparar estos aspectos.


domingo, 6 de junio de 2021

Inteligencia artificial y democracia: ¿una pareja bien avenida?

 

Eva Warren, la protagonista de Mañana cruzaremos el Ganges (Ekaitz Ortega, 2017), decide desconectar la función de compra automática de su nevera inteligente cuando se da cuenta de que lleva años comiendo siempre lo mismo. En el mundo real, ya nos hemos acostumbrado a que los algoritmos de las tiendas online o de las plataformas audiovisuales nos recomienden libros, películas o música. En marketing lo llaman segmentación de mercado, y tiene usos políticos, como en el famoso escándalo de Cambridge Analytica y las campañas personalizadas en redes sociales pensadas para reafirmar la posición de cada votante en función de su perfil, incluso mediante la difusión de noticias falsas.

 

También podrían ser ejemplos de los procesos de estandarización y segmentación que Garcés (2017, p. 49) describe como mecanismos actuales para neutralizar la crítica, además de uno de los temores de quienes consideran que la inteligencia artificial es un peligro para la democracia. Coeckelbergh señala que «la IA puede conducir a nuevas formas de manipulación, vigilancia y totalitarismo, no necesariamente bajo la apariencia de regímenes autoritarios, sino de manera subrepticia y altamente efectiva» (2020, p. 87).

 

La lista de inquietudes en este sentido es larga e incluye problemas de seguridad, control, transparencia, responsabilidad o acceso desigual, además de lo que se ha denominado mathwashing: la idea de que los resultados que produce la inteligencia artificial son siempre neutros y objetivos. En un contexto en el que crece la desafección política, «una nueva especie de populismo tecnológico podría extenderse bajo la promesa de una mayor eficiencia» (Innerarity, 2020). Sin embargo, los algoritmos distan de ser asépticos y sabemos que presentan sesgos de género o raciales, como ha sucedido con el programa COMPAS para la predicción de la posibilidad de reincidencia delictiva, que además se equivoca tanto como los seres humanos.

 

Por otra parte, la digitalización y la inteligencia artificial pueden aportar una inteligencia aumentada que resulte beneficiosa para la democracia. Innerarity (2020) apunta dos posibilidades en este sentido: la valoración de las políticas públicas y el conocimiento de las preferencias sociales. La ciencia de los datos podría permitirnos, por ejemplo, analizar los servicios públicos, comprobar si se adaptan a las necesidades de la ciudadanía o cómo mejorarlos para que sean más justos y accesibles. La inteligencia artificial también podría incidir positivamente en la educación o el acceso a conocimiento especializado, lo que se traduciría en una ciudadanía mejor informada y con más capacidad de decisión, o incluso podría abrir la puerta a la democracia directa y a nuevas estrategias de activismo político.

 

Son dos caras de una misma tecnología que, por su propia naturaleza, puede tener efectos positivos y negativos en el sistema político. Como señala Innerarity «entre la seducción de un mundo despolitizado y la inercia a mantener nuestras instituciones con la vieja cultura política, hay un amplio espacio para pensar el lugar que debe ocupar la política en estas nuevas realidades. En este punto el lugar que ocupe la decisión humana es crucial».

 

 

  


Referencias

Coeckelbergh, M. (2020) Ética de la inteligencia artificial (Álvarez Canga, L., trad). Madrid: Cátedra

Garcés, M. (2017) Nueva ilustración radical. Barcelona: Anagrama

Gutiérrez, M. (2021) «Sesgos de género en los algoritmos: un círculo perverso de discriminación en línea y en la vida real». elDiario.es

Innerarity, D. (2020) «El impacto dela inteligencia artificial en la democracia» Revista de las Cortes Generales, n.º 109

Salas, J. (2018) «El algoritmo que ‘adivina’ los delitos futuros falla tanto como un humano» El País

sábado, 5 de junio de 2021

La vía para frenar el cambio climático: ¿democracia o dictadura?

 

Momo (Michael Ende, 1973) es una novela fantástica en la que unos hombres de gris convencen a la humanidad de ahorrar tiempo para meterlo en su banco. La gente vive a un ritmo cada vez más frenético para no derrochar ni un minuto en actividades inútiles, como conversar, leer o pensar. La crítica consumista de la historia anticipa la era de la inmediatez en la que vivimos hoy: no tenemos tiempo para nada, pero lo queremos todo ya. Esta aceleración no parece compatible con la mentalidad a largo plazo necesaria para frenar el cambio climático, una tarea para la que, paradójicamente, nos estamos quedando sin tiempo.

Roman Krznaric argumenta que este cortoplacismo se debe en gran medida al sistema político democrático, regido por ciclos electorales breves que llevan a la clase política a evitar aquellas decisiones que puedan ser positivas para el futuro, pero supongan un perjuicio en el presente. Esa búsqueda de réditos electorales, unida a la labor de los grupos de presión centrados en los beneficios empresariales inmediatos y a la falta de representación de las generaciones futuras nos ha llevado a colonizar el futuro y a agotar sus recursos. Para Krznaric, se impone la necesidad de reinventar la democracia para dar cabida al pensamiento catedral y convertirnos en el buen ancestro que vela por los intereses de las próximas generaciones.

Algunas voces defienden incluso que la resolución del cambio climático precisa un mando único, como en tiempos de guerra, una dictadura ajena a los ciclos electorales. Pero, ¿sería esa la respuesta? Krznaric nos recuerda que los Estados autoritarios no están consiguiendo mejores resultados contra el cambio climático que las democracias. Además, la gestión del cambio climático no es una cuestión meramente técnica que pueda obviar los derechos humanos, la justicia o la igualdad, incompatibles con los sistemas dictatoriales.

Smith se pregunta por qué, de todos los ámbitos en los que las democracias tienden a privilegiar el presentismo, solo el cambio climático suscita estos sentimientos antidemocráticos o por qué asumimos que las democracias toman únicamente decisiones cortoplacistas: pensemos, por ejemplo, en la aprobación de leyes para reformar los sistemas de pensiones y prolongar la edad de jubilación o, en décadas anteriores, en la carrera espacial y el proyecto de integración de la UE. Estos hechos no sugieren que la democracia sea ajena al largo plazo.

Aunque los acuerdos internacionales para combatir el cambio climático no avanzan demasiado, durante los últimos años ha aumentado notablemente la concienciación ciudadana, han surgido movimientos como Juventud por el Clima y se están planteando propuestas para incorporar la voz de las generaciones futuras en la toma de decisiones políticas, como las que repasa Belloso Martín en este artículo. Esta distancia entre la ciudadanía y la élite dirigente, ¿podría encarnar otra versión de la fe ciega en el solucionismo tecnológico? Parece que la clase política no es capaz de afrontar el problema, así que deberíamos dejar que lo resuelvan las máquinas… o la dictadura de los hombres de gris.

 

 


Referencias

 

Belloso Martín, N. (2017) «Algunas propuestas prospectivas de las políticas públicas: su proyección en los intereses de las generaciones futuras». Espaço Jurídico Journal of Law [EJJL], 19(1)

Krznaric, R. (2019) Why we need to reinvent democracy for the long-term. BBC.

Krznaric, R. (2020) To solve the climate crisis, we need more democracy, not less. OpenDemocracy.

Smith, G. (2017) «Concevoir la démocratie pour le long terme : innovation institutionnelle et changement climatique» La pensé écologique, n.º 1

viernes, 4 de junio de 2021

No hay de qué preocuparse, la tecnología lo solucionará todo. ¿O no?

 

En Mercaderes de la duda, Oreskes y Conway repasan las estrategias que han usado ciertos grupos de presión y un pequeño número de científicos para sembrar dudas sobre la realidad del cambio climático y la necesidad de tomar medidas. Una de ellas es la defensa del cornupianismo, abanderado por figuras como el economista Julian Simon, el físico Fred Singer o el politólogo Bjørn Lomborg. Esta corriente presenta un futuro optimista de crecimiento ilimitado, lejos de la crisis climática anunciada, gracias al desarrollo tecnológico que permite el libre mercado. Desde su perspectiva, el Estado no debe intervenir ni regular nada puesto que las fuerzas económicas del capitalismo neoliberal encontrarán las soluciones técnicas para que la humanidad siga progresando. ¿Está justificado ese tecnofideismo, esa confianza ciega en la tecnología y el mercado?

 

Un buen ejemplo del dilema que plantea este interrogante es la geoingeniería, el desarrollo de técnicas que permitan manipular artificialmente el clima para revertir el calentamiento. A pesar de que el Convenio sobre Diversidad Biológica ha impuesto una moratoria sobre este tipo de proyectos por las numerosas dudas que acarrean, ya hay estudios en marcha. Hurtado González describe algunos de estos métodos, como la inyección de aerosoles en la estratosfera para reducir la radiación solar o la fertilización de los océanos con nutrientes para que absorban más dióxido de carbono.

 

Estas soluciones de ingeniería climática podrían tener consecuencias a gran escala, como la acidificación de los océanos, o incluso provocar una crisis climática mayor debido a efectos imprevistos generados por aquello mecanismos meteorológicos que todavía no entendemos bien. Además, son tecnologías inherentemente políticas de carácter rígido, según la clasificación de Winner: su adopción requiere una estructura social y un control político muy concreto y a largo plazo. ¿Quién se ocuparía de regularlas a escala planetaria? ¿Tendríamos acuerdos internacionales vinculantes o cada país actuaría en beneficio propio? ¿Y las poblaciones que resultaran perjudicadas? ¿Y sus aspectos éticos o sociales? No son preguntas nuevas, Verne ya escribió en el siglo XIX una historia, Del revés, sobre empresas descabelladas para alterar el clima que generarían grandes beneficios económicos para unos y miseria para otros…

 

La idea de que podemos resolver el cambio climático sin modificar nada de lo que hemos hecho hasta ahora y confiando únicamente en que el libre mercado capitalista propiciará un solucionismo tecnológico hipotéticamente neutro y objetivo es, para Mozorov, una locura que obvia que todas las soluciones tienen un coste. Según Garcés, es una renuncia, la delegación de «la inteligencia misma en un gesto de pesimismo antropológico sin precedentes» (2017, p. 55), «la coartada de un saber que ha perdido la atribución de hacernos mejores, como personas y como sociedad» (2017, p. 8).

 

  

 


Referencias

 

Conway, E.; Oreskes, N. (2018) Mercaderes de la duda (Álvarez-Flórez, J.M., trad.). Madrid: Capitán Swing

Garcés, M. (2017) Nueva ilustración radical. Barcelona: Anagrama

Hurtado González, L. (2020) «Propuestas peligrosas y sorprendentes para enfrentarse a una crisis climática» Calendario Meteorológico 2018-2021. Agencia Estatal de Meteorología

Morozov, E. (2013) «Weare abandoning all the checks and balances» (Entrevistado por Tucker, I.) The Guardian

Winner, L. (1988) «Do artefacts have politics?» en The whale and the reactor. Chicago: Universitiy of Chicago Press. Traducción al castellano: Francisco Villa, M. «¿Tienen política los artefactos?». Organización de Estados Iberoamericanos

jueves, 3 de junio de 2021

Matrix y las máquinas: ¿quién domina a quién?

 

En la distopía Matrix, Sión es el refugio de quienes han conseguido escapar del mundo de realidad virtual mediante el que las máquinas sojuzgan a la humanidad. Paradójicamente, la ciudad subterránea en la que vive la resistencia necesita maquinaria para sobrevivir, cubrir necesidades básicas, depurar el agua o generar electricidad. En la segunda entrega de la trilogía, un diálogo entre el consejero Hamann y Neo sobre esta paradoja introduce un argumento clásico de la ciencia ficción: las máquinas de Sión son tecnología mecánica, no una inteligencia artificial rebelada; los seres humanos las dominan y pueden desconectarlas cuando quieran. Pero, ¿en qué consiste ese supuesto dominio si tal desconexión supondría la muerte de la ciudad?
 
Salvando las distancias entre ficción y realidad, existe cierto paralelismo entre esa relación ambivalente de Sión con las máquinas y la de nuestra sociedad con la tecnología. Los avances tecnológicos han logrado que la humanidad progrese, que puedan curarse enfermedades o no tengamos que hacer trabajos penosos. Pero todas las revoluciones técnicas han tenido también consecuencias negativas, como la contaminación provocada por la revolución verde o el cambio climático generado por la quema de combustibles fósiles. Hoy, la revolución digital, que amenaza con destruir puestos de trabajo y desregularizar el mercado laboral, ya ha provocado un notable aumento de la desigualdad, concentrando el poder y el dinero en un puñado de compañías gigantescas.

Una imagen de la campaña «Librerías contra Goliat».
Red de Librerías Críticas


No vivimos en Matrix, asumimos que es el ser humano el que domina a la máquina, a la que presuponemos objetividad y neutralidad, por lo que existe la tentación de situar el origen del problema en un mal uso de la tecnología. Y, sin embargo, la tecnología no es neutra,  «lo tecnológico es político», como sostienen Gordo y Sádaba o Winner, para quien hay tecnologías inherentemente políticas que requieren unas condiciones sociales determinadas y cuyas consecuencias en los patrones de poder y autoridad son inevitables. Podemos verlo en algo tan sencillo como la creciente imposición de los trámites online, ya sea pedir una cita médica o presentar la declaración de la renta. No parece haber ningún mal uso de la tecnología, mejora la eficacia de la Administración y resulta cómodo para parte de la ciudadanía. No obstante, excluye a aquellas personas que no disponen de los medios o conocimientos tecnológicos necesarios.
 
Entonces, si el problema es el carácter político de la tecnología, no su buen o mal uso, ¿la solución es desconectarse y quedarse sin luz como Sión? Quizás la clave para entender en qué consiste o debería consistir el dominio del ser humano sobre la tecnología esté más bien en la hipótesis que plantea Marina Garcés: «En estos momentos, sabemos más acerca de la relación del saber con el poder que de la relación del saber con la emancipación» (2017, p. 64).  Puede que tengamos que reflexionar antes de adoptar nuevas tecnologías, analizar sus efectos sociopolíticos, decidir si nos interesan, si son justas o éticas, corregirlas o impedir sus implicaciones negativas. Quizás no haya que apagar la luz, sino regular el mercado eléctrico.

 

 


Referencias

Garcés, m. (2017) Nueva ilustración radical. Barcelona: Anagrama

Gordo, A; Sádaba, I. (2008) «La tecnología es política por otros medios» en Cultura digital y movimientos sociales. Madrid: Los Libros de la Catarata

Qureshi, Z. (2019) «La desigualdad en la era digital» en El trabajo en la era de los datos. Madrid: BBVA OpenMind

Vega Ruiz, M. L. (2019) «Revolución digital trabajo y derechos: el gran reto para el futuro del trabajo» Iuslabor, n.º 2

Winner, L. (1988) «Do artefacts have politics?» en The whale and the reactor. Chicago: Universitiy of Chicago Press. Traducción al castellano: Francisco Villa, M. «¿Tienen política los artefactos?». Organización de Estados Iberoamericanos

 

Del neuroderecho y otras neurohierbas

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