domingo, 17 de marzo de 2024

Del neuroderecho y otras neurohierbas

 

«Acompañar un texto con la imagen de un cerebro aumenta significativamente su credibilidad». Eso aseguran Cardenas y Corredor (2017) en un artículo sobre la proliferación del prefijo ‘neuro’ y los riesgos que conlleva unirlo al nombre de cualquier disciplina, como la posibilidad de que entre los estudios rigurosos se cuelen todo tipo de pseudociencias valiéndose del prestigio que la sociedad le otorga a la ciencia.

Un buen ejemplo de este fenómeno podría ser el de la neurolingüística, cuyo objeto de estudio, el de los mecanismos neurológicos del lenguaje, coincide en buena medida con el de otro campo clásico, la psicología del lenguaje. La coincidencia es tal que se han publicado numerosos artículos sobre los límites y conexiones entre ambos, como este de Paredes y Varo (2006), y podría incluso plantearse la pregunta de si realmente era necesario acuñar un nuevo término.  El hecho de que los avances en el conocimiento vayan imponiendo la necesidad o el deseo de crear nuevas denominaciones para áreas del saber genera cierta incertidumbre que aprovechan las pseudociencias, como la ‘programación neurolingüística’. Si la neurolingüística es una nueva disciplina científica legítima y distinta de la psicología del lenguaje, ¿la programación neurolingüística es otro campo novedoso dentro de esta? No, es una de las diez intervenciones psicoterapéuticas más desacreditadas por la investigación.

Y, sin embargo, a pesar de los riesgos que pueda presentar este abordaje de distintas ciencias desde la óptica de la neurociencia, puede que resulte imprescindible. Rodríguez Palenzuela (2022) defiende que «se requiere un replanteamiento global de las distintas disciplinas para incorporar la perspectiva evolucionista» porque las conductas humanas no son el resultado de la naturaleza o la crianza, sino de la naturaleza y la crianza. Según este autor, el rechazo a incorporar lo biológico en las ciencias sociales se debe a una mezcla de miedos: el miedo a la desigualdad y a que la posible existencia de diferencias innatas justifique la discriminación (como ya ocurrió con distintas corrientes del darwinismo social de infausto recuerdo); el miedo al determinismo y a que las tendencias innatas negativas sean inevitables; y el miedo al nihilismo, a que la vida carezca de sentido.

Estos temores se reflejan a la perfección en la literatura académica sobre esa nueva disciplina que se ha dado en llamar ‘neuroderecho’, que, además, comparte también vacilaciones terminológicas con la neurolingüística. Según Cáceres y López (2022), el término ‘neuroderecho’ hace referencia tanto al ‘derecho de las neurociencias’, es decir, la regulación de la investigación y el uso de las neurociencias, como a la ‘neurociencia del derecho’, entendida como la aplicación de las neurociencias a la compresión de las conductas delictivas y jurídicas. Es esta segunda acepción la que más dudas plantea. Ruiz Martínez-Cañavete (2015) asegura que las aportaciones de la neurociencia son imprescindibles para entender el funcionamiento del derecho penal. Y, en efecto, ese nuevo conocimiento empírico puede arrojar luz sobre las conductas punibles permitiendo entender sus mecanismos o motivaciones, ayudarnos a determinar si una persona se encuentra en pleno uso de sus facultades mentales, si la actuación de los agentes del sistema judicial es adecuada o está sujeta a sesgos o, incluso, aportarnos herramientas neurocientíficas para determinar la verdad de los hechos, como resonancias magnéticas funcionales que posibilitarían la detección de declaraciones falsas. También podría resultar de utilidad en tratamientos neurológicos rehabilitadores para personas que hayan cometido un delito.

Pero todos estos posibles usos tienen otra cara que llevan a la aparición de nuevos conceptos, como el de ‘neurodeterminismo’. Si las conductas son resultado de procesos neurológicos preestablecidos, ¿existe el libre albedrío? ¿Esas bases neurológicas servirían de justificación en un juicio? ¿Hay personas que están abocadas irremediablemente a delinquir y, por lo tanto, es lícito actuar contra ellas con antelación para evitarlo? ¿Serían lícitos los tratamientos neurológicos que anularan las pulsiones delictivas? ¿El uso de herramientas que detecten la mentira no atenta contra los derechos humanos y, en concreto, el derecho de una persona acusada a no autoinculparse?

Y así, de ‘neuro’ en ‘neuro’, llegamos a los neuroderechos que,  según la NeuroRights Initiative, deberían incluir al menos cinco: el derecho a la libertad personal, al libre albedrío, a la privacidad mental, al acceso equitativo a las tecnologías y a la protección contra los sesgos y la discriminación.

Si repasamos el camino que nos ha traído hasta aquí, nos damos cuenta de que todas estas inquietudes no son sino preguntas clásicas que llevamos intentando responder desde siempre. Ahora disponemos de conocimientos neurológicos que podemos sumar a los saberes acumulados para entender mejor la realidad, del mismo modo que contamos con otros avances matemáticos, físicos o tecnológicos. Pongamos nombre a nuevas disciplinas si nos resulta útil, pero no dejemos que esas etiquetas que, en teoría, responden a un deseo de integración, nos conduzca a una mayor segmentación del saber.

 

  

 

Referencias

 

 

Cáceres Nieto, E.; López Olvera, C. P. (2022) «El neuroderecho como un nuevo ámbito de protección de los derechos humanos». Revista Mexicana de Derecho Constitucional, n.º 46. DOI: 10.22201/iij.24484881e.2022.46.17048

Cardenas, F. P.; Corredor, K. (2017) «Neuro-«lo que sea»: inicio y auge de una pseudociencia para el siglo XXI». Revista Latinoamericana de Psicología 49. DOI: 10.1016/j.rlp.2017.04.001

Greenfield, J. (2013) «NLP : Research on Effectiveness of Neuro Linguistic Programming». scientliteracy

Paredes Duarte, M.J.; Varo Varo, C. (2006) «Lenguaje y cerebro: conexiones entre neurolingüística y psicolingüística». I Congreso Nacional de Lingüística Clínica. Valencia: Universidad de Valéncia. Disponible en: https://www.uv.es/perla/1%5b09%5d%20Paredes%20y%20Varo.pdf

Rodríguez Palenzuela, P. (2022) ¿Cómo entender a los humanos? Pamplona: Next Door Publishers

Ruiz Martínez-Cañavete, M. (2015) «Neurociencia, derecho y derechos humanos». Revista de Derecho de la UNED (17), 1249–1277. DOI: 10.5944/rduned.17.2015.16288

Salas, J. (2020) «Por qué hay que prohibir que nos manipulen el cerebro antes de que sea posible» El País

martes, 12 de marzo de 2024

Programa de radio

 

—Después de este repaso informativo, es la hora de nuestra cita semanal con los libros y la divulgación científica. Buenos días, Ángela, ¿qué nos traes hoy?

—Buenos días, Carmen.  Para hoy he escogido dos libros que estoy segura de que te van a encantar. El primero es Neuronas para la emoción, de un neurobiólogo y divulgador del ya habíamos hablado antes en esta sección, Xurxo Mariño. Y el segundo es El cerebro del artista, de la neurobióloga y divulgadora Mara Dierssen.

—¡Qué interesante! Entonces hoy nos toca el lado más emotivo y artístico del cerebro, ¿no?

—Sí, pero antes tengo que hacer una precisión. Ya sabes que soy traductora y eso de buscar siempre la palabra justa me puede, así que… Aunque vamos a usar el término ‘cerebro’ porque es el utilizamos en el día a día, en realidad eso que tenemos dentro de la cabeza se llama ‘encéfalo’ no ‘cerebro’. El cerebro es solo una parte del encéfalo.

—Bueno, pues ya me has dejado intrigada y tengo que preguntarlo, ¿cuáles son esas otras partes del encéfalo?

—Básicamente el tronco encefálico y el cerebelo. El tronco encefálico es la parte que conecta la médula espinal con el encéfalo, es la más antigua evolutivamente hablando y controla funciones básicas como el ritmo cardíaco. Y el cerebelo, que está más o menos debajo de la nuca, coordina el movimiento y el equilibrio. Encima de estas dos estructuras es donde está el cerebro, que también tiene un montón de piezas más pequeñas, pero seguramente todos lo identificamos con la zona más externa, la corteza cerebral, que es esa masa gelatinosa llena de pliegues que parece una nuez. La corteza es también la parte más moderna del encéfalo desde el punto de vista evolutivo y es donde se localizan las funciones superiores como el pensamiento y el lenguaje.

—Vale, entonces podríamos decir que de abajo arriba y de más antiguo a más moderno, tenemos el tronco encefálico, el cerebelo y el cerebro, con su envoltura, que es la corteza. Y estoy empezando a sospechar que esto de la localización tiene mucho que ver con lo que nos vas a contar sobre los libros que nos has traído hoy…

—Efectivamente. Xurxo Mariño nos explica al principio de Neuronas para la emoción que las emociones en las que se va a centrar son las llamadas ‘básicas’, que, según la visión más aceptada en el mundo científico, son emociones innatas y universales que se originan en las regiones subcorticales del encéfalo, es decir, en las que están por debajo de la corteza, que son más antiguas. Y cuando digo que son más antiguas quiero decir que surgieron antes en el proceso de la evolución, así que las compartimos con otros animales.

—¿Y cuáles son?

—Hay bastante consenso en cuatro de ellas, el miedo, la ira, la tristeza y la alegría, aunque también es bastante posible que a esa nómina se sumen el asco, la emoción de búsqueda y anticipación, el cuidado maternal y la atracción sexual.

—Espera, espera… ¿el asco? ¿El asco es una emoción universal?

—Si lo piensas, es una emoción muy útil y una ventaja evolutiva. Un individuo que siente instintivamente asco por un alimento en mal estado tiene más probabilidades de sobrevivir. En realidad, las emociones son respuestas del organismo antes situaciones que requieren actuar de algún modo y contar con esa respuesta «preprogramada» facilita decidir con rapidez. Por ejemplo, cuando sentimos miedo, el corazón se acelera, se libera cortisol y entramos en un estado de alerta, listos para enfrentarnos al peligro o huir de él.

—Vale, ya entiendo. Pero si estas emociones son innatas y universales, ¿no deberíamos sentirlas todos ante los mismos estímulos? A mí, por ejemplo, me dan pavor las alturas, pero tengo una amiga a la que le encanta escalar y está siempre buscando picos a los que subirse, como si fuera una cabra.

—Es que la experiencia personal va modulando esas predisposiciones que traemos de serie al nacer. Parece que tenemos cierta tendencia a temer cosas que supusieron una amenaza para la supervivencia en nuestro pasado evolutivo, como las serpientes, pero esa predisposición no tiene por qué concretarse. Y también es posible que alguna vivencia te haya condicionado y tengas miedo, no sé, a los payasos. En cualquier caso, todas las emociones tienen su función y son necesarias, incluso las que pueden percibirse como negativas. Además, también son fundamentales para otros procesos que pueden parecernos de lo más racional.

—¿Cómo cuál?

—Xurxo relata en el libro el caso de un hombre adulto, casado, con hijos, inteligente y con éxito en su trabajo al que le detectaron un tumor en la corteza prefrontal, esa parte modernísima del encéfalo en la que se localizan las funciones intelectuales. Le extirparon el tumor y parecía que todo había salido bien y que seguía manteniendo todas sus capacidades intactas. Pero al buen hombre empezaron a irle muy mal las cosas, se divorció, lo echaron del trabajo y se arruinó. Resulta que durante la operación le habían extirpado también una zona de la corteza que es la que recibe las señales emocionales de las regiones subcorticales, con toda su antigüedad evolutiva, y sin esa información emocional no era capaz de tomar buenas decisiones.

—La verdad es que la mente humana es fascinante, al final todo está conectado. ¿Nos vas a contar algo más de esas otras emociones? ¿De la alegría? ¿De la atracción sexual, que igual es lo que están esperando nuestras y nuestros oyentes?

—Creo que os voy a dejar con las ganas para que os animéis a leer el libro de Xurxo, que además de ser muy didáctico, es muy divertido y está lleno de anécdotas. Y como sabes que siempre me gusta recomendar algún libro alternativo, os sugiero uno que se llama ¿Cómo entender a los humanos? del bioquímico y biólogo molecular Pablo Rodríguez Palenzuela, que expone esa doble faceta de todas las conductas, con su cara biológica y genética y su vertiente cultural o social.

—Perfecto, tomamos nota. Y ahora le toca el turno a El cerebro del artista de Mara Dierseen. Te dejo que nos lo presentes, pero te adelanto que estoy impaciente por hacerte una pregunta que me ronda desde que mencionaste el título.

—Puede que sea la que nos estamos haciendo todas… De momento puedo decirte que Mara Dierseen nos ha regalado un libro francamente interesante y muy ameno. Empieza reflexionando sobre el sentido biológico del arte, es decir, ¿por qué existe el arte? ¿Qué ventaja evolutiva nos aporta para llevar con nuestra especie desde las pinturas rupestres? Ya os digo que no hay una respuesta clara, pero podría tener algo que ver con su función para facilitar la cohesión social de la tribu o para mantener el estatus dentro de ella. Y después de esa introducción, Mara se embarca en una explicación muy clara sobre los procesos neurológicos relacionados con las artes visuales y con la música, desde la recepción de las señales visuales y acústicas en los órganos sensoriales a su descodificación en la corteza cerebral pasando por la transmisión de los impulsos eléctricos y químicos. Los dos últimos capítulos se los dedica a la relación entre el arte y la locura y a la creatividad humana.

—Ahí quería yo llegar… ¿La genialidad artística es innata?

—Uf, son preguntas difíciles. Mara comenta en el capítulo dedicado a la música el caso del oído absoluto, que es la capacidad para reconocer el tono de un sonido sin tener otro como referencia. Esa capacidad sí que sería innata y hereditaria, pero ni todas las personas que la poseen son genios de la música, ni todas las grandes figuras de este campo tienen oído absoluto. Lo que sí se ha comprobado es que quienes se dedican a la música poseen ciertas peculiaridades en sus estructuras cerebrales y en las funciones neuronales. Ahora bien, es probable que esto se deba a la plasticidad del cerebro y que sea más una consecuencia que una causa. Como decía Cajal, «el ser humano es, en cierta medida, escultor de su propio cerebro».

—Es decir, que la práctica hace al maestro.

—No sé si hace al maestro, pero lo que está claro es que modifica las conexiones neuronales.

—¿Y qué me dices de la creatividad y la inspiración? ¿Hay algo distinto en el cerebro de los artistas que les permite encontrarlas con más facilidad?

—Bueno, lo primero sería recordar que la creatividad no se limita ni mucho menos al arte y está presente en cualquier actividad, desde las científicas a cualquier tarea cotidiana. Se trata de encontrar formas nuevas de hacer las cosas. Los mecanismos subyacentes tampoco están muy claros, pero puede que el acto creativo se derive de la capacidad de no fijar demasiado la atención y abrirse a más representaciones mentales para encontrar nuevas asociaciones. Es lo que se llama desinhibición cognitiva.

—Se nos acaba el tiempo, así que tendremos que leer el libro para saber más, pero antes de despedirnos te dejo que nos recomiendes ese título alternativo que seguramente tendrás preparado.

—No se me ocurre mejor recomendación para acabar hoy que la autobiografía de la neurobióloga Rita Levi-Montalcini, Elogio a la imperfección. El nombre del libro ya da una idea de su filosofía de no descartar nada porque todo ayuda a comprender mejor, a despertar la creatividad. Pero, además, la de Levi-Montalcini es la historia de una mujer, judía y científica, que nació en 1909 y tuvo que hacer frente a todo tipo de obstáculos, desde la discriminación de género en la comunidad científica al antisemitismo de la Italia fascista. Y consiguió ganar el Premio Nobel de Medicina en 1986. Si puedes, no dejes de leerla.

—¡Hoy la pila de libros pendientes no ha hecho más que crecer! Gracias por todas esas recomendaciones y hasta la semana que viene.

Del neuroderecho y otras neurohierbas

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