jueves, 21 de enero de 2021

Introducción a la filosofía de la ciencia. Tarea 2

Los criterios de demarcación de las ciencias y las pseudociencias

Uno de los campos de trabajo de la filosofía de la ciencia es la búsqueda de una definición precisa de ciencia que permita distinguir aquellas formas de conocimiento científicas de las que no lo son. Entre los enfoques clásicos para delimitar las fronteras de la ciencia suelen citarse el verificacionismo del positivismo lógico o el falsacionismo de Popper.

Para la corriente positivista, la ciencia se distingue por la capacidad para verificar sus teorías a partir de la observación. Popper rechaza este empirismo basado en la inducción y opta por una visión racionalista centrada en la refutación. Según este planteamiento, una teoría científica parte del conocimiento previo, aporta hipótesis para explicar un fenómeno, indica qué comportamientos son incompatibles con esas hipótesis y hace predicciones arriesgadas sobre los hechos que, de producirse y observarse, permitirían corroborar la teoría. Es decir, ofrece la posibilidad de refutación: el conocimiento científico ha ser falsable, está siempre sujeto a crítica y se acepta como válido mientras haya pruebas que lo corroboren y no se encuentren otras que lo refuten. Si no se cumplen estos criterios, estamos ante una pseudociencia.

Sin embargo, estos enfoques son demasiado rígidos. Por un lado, parten de una noción de ciencia que se restringe a las ciencias naturales y excluye otras disciplinas incluidas en las ciencias sociales. Por otro lado, establecen una dicotomía entre ciencia y pseudociencia, sin margen para otras formas de conocimiento no científico y olvidando fenómenos como la anticiencia. En un ámbito como el sanitario pueden confluir disciplinas no científicas (como la política o la ética), científicas (bioquímica o sociología), pseudocientíficas (homeopatía) y anticientíficas (movimiento antivacunas).

Hansson aporta una aproximación más flexible de la ciencia y de la pseudociencia que permite conciliar estas facetas. Para él, la ciencia, entendida en sentido amplio, es aquella actividad que proporciona la información más fiable posible sobre los temas que cubren las diversas disciplinas del conocimiento. El saber no científico es el que quedaría fuera de estos campos, como el derecho o la literatura, y la anticiencia se referiría a aquellas doctrinas que niegan los hechos y atacan la validez de la ciencia. Por último, la pseudociencia debería cumplir tres criterios: ocuparse de uno de los ámbitos de la ciencia, carecer de fiabilidad y formar parte de una doctrina que intenta dar la impresión de representar el conocimiento más fiable.

Esta demarcación entre distintos saberes reviste una gran importancia. Le otorgamos un alto valor a la ciencia porque nos ofrece las máximas garantías posibles en materia de conocimiento, intentamos basarnos en ella para tomar decisiones bien fundamentadas y, como sociedad, deseamos que se potencie la investigación científica para saber más y mejor. De ahí que sea necesario separarla de la pseudociencia, de aquello que se hace pasar por lo que no es, y también protegerla frente a la anticiencia. Además, para completar la panorámica y tomar decisiones que realmente tengan en cuenta todos los aspectos, se impone la inclusión del saber no científico, como exponen Pérez Iglesias y Sevilla Moróder en sendos artículos sobre las decisiones políticas durante la pandemia.

 

Referencias


Diéguez Lucena, A. (2020) «¿Qué es la ciencia?». Filosofía de la ciencia. Ciencia, racionalidad y realidad. Universidad de Málaga: Málaga, pp. 109-154

Hansson, S. O.  (2013) «Defining pseudoscience and science», en Pigliucci, M. y Boudry, M. (eds.) Philosophy of Pseudoscience. Reconsidering the demarcation problem. Chicago: Chicago University Press, pp. 61-77

Pérez Iglesias, J. I. (2020) «Covid-19: del conocimiento científico a la decisión política». Conjeturas

Popper, K. «La ciencia: conjeturas y refutaciones»

Sevilla Moróder, J. (2020). «Toma de decisiones y pandemias: conforme agregamos conocimiento, perdemos certeza». The Conversation.

jueves, 14 de enero de 2021

Solamente por oír - Ciencias y artes. Tarea 1

 

Desde un punto de vista semántico, ‘oír’ y ‘escuchar’ no son sinónimos. ‘Oír’, del latín audire, es percibir con el oído; ‘escuchar’, del latín auscultare, es prestar atención a lo que se oye. Podemos oír que alguien está hablando sin escuchar lo que dice y también puede darse el caso de que queramos escuchar algo, pero no lo oigamos. ‘Escuchar’ implica voluntad, un deseo de percibir y entender.

Thisbe. J.W. Waterhouse. 1909
Esta diferencia sería matizable, ya que la lengua es mucho más que semántica y a veces encontramos giros que parecen caprichosos. Además, es un sistema vivo, en el que las acepciones se desplazan con el tiempo, en contacto con otras lenguas y realidades, y se imponen nuevos usos: por ejemplo, en los últimos años cada vez se usa más ‘escuchar’ en el sentido de ‘oír’, como muy bien explica Pedro Álvarez de Miranda en este artículo del Centro Virtual Cervantes.

Para este ejercicio podemos prescindir de los matices y quedarnos con que la diferencia entre ‘oír’ y ‘escuchar’ reside en la atención. Aunque esa atención no siempre nos lleva en la misma dirección:  a veces nos esforzamos por aguzar el oído para escuchar bien, mientras que hay ocasiones en las que nos centramos tanto en lo que estamos haciendo que no oímos que el teléfono está sonando; hay quien es incapaz de leer con música de fondo y hay quien puede estudiar temas complejos por mucho ruido que haya a su alrededor. Todas estas posibilidades están relacionadas con cómo funciona el sentido del oído.

El oído externo capta las ondas sonoras, que avanzan por el oído medio y el interno hasta llegar a la cóclea, desde donde pasan codificadas al nervio auditivo. El encargado del proceso de descodificación e interpretación de ese mensaje es el cerebro, a través de una serie de niveles o vías auditivas que van obteniendo información y trasladándola al nivel superior. Se identifican características del sonido como la intensidad, la frecuencia, la armonía, la melodía o el ritmo, se integran todos los datos y se prepara una respuesta.

Pero la audición no solo implica la vía auditiva del cerebro, también pone en marcha áreas como la corteza multisensorial, que permite establecer la prioridad entre los distintos estímulos que recibimos, de ahí que tengamos cierta capacidad para concederle más atención a la actividad que más nos interesa y dejar las demás en segundo plano.

Además, en el proceso se activan regiones del cerebro como las que controlan los músculos, los centros del placer o las vinculadas a la memoria y las emociones.


Toda esta serie de señales e información que entran en juego para interpretar lo que oímos contribuye a que cada persona perciba la música de forma distinta, ya que en la descodificación del sonido intervienen la experiencia y las vivencias personales, asociaciones de recuerdos, preferencias estéticas o incluso conocimientos previos que pueden ayudar a identificar ciertos rasgos musicales que para un oído no entrenado pasan desapercibidos.

Para complicar un poco más el proceso, a veces el cerebro «nos engaña». Nuestros órganos sensoriales no son máquinas de precisión, perciben los estímulos de forma incompleta y es el cerebro el que se encarga de buscar patrones y llenar los huecos para interpretar la información, un proceso en el que, una vez más, influye la realidad personal. Este funcionamiento del cerebro da lugar a curiosos fenómenos de ilusiones sensoriales como las que describen Javier Armentia y Joaquín Sevilla en la interesante y divertida charla de Naukas «Ciencia con sentidos».


martes, 12 de enero de 2021

Introducción a la filosofía de la ciencia. Tarea 1

¿Para qué le sirve la filosofía a la ciencia?


Parte de la comunidad científica considera que la filosofía no puede aportar nada útil a la ciencia. La filósofa de la biología Subrena Smith describe en el artículo «Por qué la filosofía es tan importante para la educación científica» que esa es precisamente la actitud que encuentra en una importante proporción de su alumnado universitario. Smith postula cuatro posibles razones para este rechazo: la falta de conciencia histórica; el hecho de que la filosofía, a diferencia de la ciencia, no aporte resultados tangibles inmediatos; el deseo de que la educación científica se base solo en hechos; y la idea de que la ciencia es y debe de ser objetiva, por lo que abordarla desde un conjunto de supuestos previos introduciría sesgos en sus resultados. Sin embargo, como afirma Daniel Dennett, «no existe la ciencia desprovista de filosofía, solo ciencia que asume supuestos filosóficos sin reflexión»[1], es decir, todo el mundo parte de una visión previa.

Por lo tanto, si esos antecedentes son innegables, evaluarlos no solo es recomendable, sino necesario. Pigliucci (2008) afirma que la filosofía de la ciencia se ocupa de tres campos de estudio: su naturaleza, el análisis de sus métodos y conceptos y su análisis crítico. Esta revisión de las bases, del funcionamiento y de las implicaciones de la actividad científica contribuye al desarrollo de la ciencia y, además, facilita la compresión de la ciencia a la ciudadanía.

En esta línea, Laplane et al. (2019) proponen cuatro ámbitos en los que la filosofía de la ciencia puede contribuir a su ejercicio: la clarificación de conceptos científicos, la evaluación crítica de las asunciones o métodos científicos, la formulación de nuevos conceptos y teorías y el fomento del diálogo entre distintas ciencias, así como entre la ciencia y la sociedad. Por ejemplo, aclarar el significado de un concepto científico ayuda a interpretar sus implicaciones en una disciplina o puede abrir vías a nuevas investigaciones; del mismo modo, la evaluación de los métodos permite desecharlos, validarlos o mejorarlos, lo que redundará en beneficio de la actividad científica.

Tanto Pigliucci como Laplane et al. defienden la necesidad de que ciencia y filosofía cooperen, fomentado un enfoque interdisciplinar que, además de facilitar el avance de la investigación científica, reflexione sobre su significado y sus implicaciones para las distintas disciplinas y para la sociedad.  

 

  


Referencias

 

Laplane, L. et al. (2019) «Why science needs philosophy».

Pigliucci, M. (2008) «The Borderlands between Science and Philosophy: An Introduction». The Quarterly Review of Biology. 83(1): 7-14

Smith, S. E. (2017) «Why philosophy is so important in science education». Aeon.



[1] «There is no such thing as philosophy-free science; there is only science whose philosophical baggage is taken on board without examination» (Darwin’s Dangerous Idea, 1995, traducción propia).

Del neuroderecho y otras neurohierbas

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