Últimamente nos hemos acostumbrado a oír hablar de despoblación y de propuestas, más o menos acertadas, para paliarla. Pero en la multitud de análisis publicados sobre el estado de la cuestión, sus causas o sus consecuencias, no siempre se tiene en cuenta un factor que, en realidad, puede ser clave: el género. Si analizamos los datos del INE, descubrimos que cuanto menor es la población de un municipio, mayor es la proporción de hombres que viven en él. O, dicho de otro modo, a medida que aumenta la población de una localidad, aumenta el porcentaje de mujeres. Por ejemplo, en Soria, la provincia más despoblada de España, vemos que los pueblos de menos de 100 habitantes tienen poco más de un 40 % de mujeres, mientras que, en la única localidad de la provincia de más de 10 000 habitantes, la capital, el porcentaje casi alcanza el 53 %.
Gráfico de elaboración propia a partir de los datos del padrón municipal continuo del INE del 1 de enero de 2020 (el último publicado con datos desagregados por sexos). Fuente |
Este patrón no es casual y se
repite a escala nacional.
Gráfico de elaboración propia a partir de los datos del padrón municipal continuo del INE del 1 de enero de 2020 (el último publicado con datos desagregados por sexos). Fuente |
A la clásica estampa del mundo
rural despoblado y envejecido, habría que sumarle el calificativo de
masculinizado. Las explicaciones tradicionales a este fenómeno se
retrotraen a las décadas de los sesenta y los setenta, cuando se produjo el
éxodo masivo del campo a la ciudad, que fue más acentuado entre las mujeres
debido a que las opciones laborales vinculadas a la agricultura y la ganadería
quedaban en manos de los varones, normalmente en el hijo mayor de la familia,
que se hacía cargo de la explotación familiar.
Han pasado décadas y es obvio que
los territorios rurales de ahora no son los de antaño. Va siendo hora de
dejar atrás las ideas preconcebidas y las imágenes del pueblo como un entorno
exclusivamente agrícola y ganadero; hay muchísima más diversidad, más
complejidad. Y, sin embargo, las mujeres se siguen marchando más. Según los datos
del padrón municipal del INE de 1996 (el primero de la serie disponible con
datos por sexos), en los pueblos de la provincia de Soria de menos de 100
habitantes había un 47 % de mujeres frente al 40 % actual; en los que
tienen entre 101 y 500 habitantes, era del 48 % frente al 44 % de
ahora. Es decir, la tendencia no solo no se ha revertido, sino que se acentúa. Parece
que el nuevo
éxodo rural es de mujeres.
Los motivos son los mismos, pero
también son otros, como la
mayor proporción de mujeres con estudios superiores que buscan alternativas
profesionales, alternativas que quizás podrían encontrar desde sus pueblos con la
tecnología o las comunicaciones adecuadas. O la ausencia de servicios públicos que contribuyan a los
cuidados, como guarderías, centros de salud o centros de mayores, que invita a
irse para no perpetuar antiguos roles de género. Si realmente queremos revertir
la despoblación, estaría bien repasar los números y buscar las causas reales,
en lugar de recurrir a manidos clichés sobre la caza, la ganadería intensiva o
el mantenimiento de las tradiciones para fomentar un turismo folclórico de fin
de semana.
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