lunes, 29 de marzo de 2021

Dos de las mil y una advertencias a la humanidad: Rachel Carson y Ursula K. Leguin

 

En 1992, la Union of Concerned Scientists publicó una advertencia a la humanidad respaldada por más de 1700 firmas de la comunidad científica, incluidas las de 104 premios Nobel. Su mensaje era claro: la actividad humana está provocando un daño irreversible en el planeta y urge actuar para que cambiar el rumbo. La advertencia se repitió en 2017 con un segundo aviso al que se adhirieron 15 364 personas dedicadas a la ciencia en todo el mundo. En noviembre de 2019, poco antes de que la COVID-19 llegara a nuestras vidas, la voz de la comunidad científica volvió a alzarse para transformar esos reiterados avisos en una declaración de emergencia climática.

 

La chispa de esta conciencia ambiental, que ahora podemos apoyar en multitud de datos científicos, como los informes del IPCC, prendió décadas atrás. La voz pionera del movimiento ecologista fue la bióloga marina estadounidense Rachel Carson, que llevó el tema del conservacionismo a la esfera pública en 1962 con su libro Silent Spring, vertido al castellano como Primavera silenciosa (traducción de Joandomènec Ros). Esta obra, probablemente la primera de divulgación científica dedicada a la ecología, denuncia la contaminación que provoca el uso indiscriminado de plaguicidas como el DDT. Aunque Carson no reclamaba en ella la prohibición de los insecticidas, sino tan solo su control y la evaluación de sus posibles efectos adversos, su publicación desató una gran polémica: la industria química atacó a la autora, la tachó de histérica o alarmista y menospreció sus conocimientos argumentando que era «solo una mujer» que ni siquiera tenía estudios de doctorado.  A pesar de las duras críticas que recibió, Primavera silenciosa contribuyó a la creación de la Agencia de Protección Medioambiental estadounidense.

  

Portada de dos obras de Carson publicadas en la colección «Clásicos de la ciencia y la tecnología» de Drakontos (Editorial Crítica): Primavera silenciosa (tr. Joandomènec Ros, 2016) y El mar que nos rodea (tr. Rubén Landa, 2019).

La esencia filosófica de la obra de Carson bebe de corriente literaria de la escritura de la naturaleza o nature writing, que se retrotrae hasta el siglo XIX con autores como Humboldt, Thoureau o Susan Fenimore Cooper. Su reflexión se articula en torno a varias ideas clave: el valor intrínseco del medio ambiente, la relación de dependencia del ser humano con respecto a ese medio y la responsabilidad medioambiental que este debe asumir. Para Carson, los problemas de contaminación derivados del DDT no son una consecuencia del avance de la tecnología, sino del uso que hacemos de ella y de nuestra forma de vida, dominada muchas veces por intereses distintos a lo que dictan la ciencia y el conocimiento. Como ella misma dice en Primavera silenciosa:

 

«Instruimos a ecólogos en nuestras universidades, e incluso los empleamos en oficinas gubernamentales, pero rara vez aceptamos su consejo. Permitimos que caiga la mortal lluvia química como si no hubiera otra alternativa, mientras que de hecho existen muchas más, que podrían ser pronto halladas si se trabajase en tal sentido»

 

Esta idea se recoge también en la novela de Ursula K. Le Guin The Word for World Is Forest (El nombre del mundo es bosque, traducción de Matilde Horne) publicada en 1976. Le Guin es una autora de fantasía, ciencia ficción y ficción especulativa, géneros muy prolíficos a la hora de examinar cuestiones científicas desde una óptica filosófica o ética. Nos adentramos en un terreno puramente literario en el que ya no partimos de la necesidad de rigor científico de la divulgación, sino que buscamos una reflexión que va más allá y que explora posibles causas o consecuencias.


La historia de El nombre del mundo es bosque nos sitúa en un futuro en el que ya no quedan árboles ni especies animales salvajes sobre la Tierra y la humanidad ha emprendido la búsqueda de esos recursos en otros planetas. En uno de ellos, Nueva Tahití, se ha desplegado un sistema colonial que esclaviza a la población nativa para talar la madera de sus bosques hasta llegar al extremo de la desertización de una de las islas. Las primeras páginas de la novela parecen anticipar una trama maniquea, un relato de colonialismo violento, explotación de los recursos, racismo y machismo, en el que las mujeres llegan al planeta en cargamentos para uso y disfrute de la población masculina. Nada más lejos de la realidad.

 

Selva quemada para la agricultura en el sur de México. Imagen de dominio público. Fuente

En El nombre del mundo es bosque nos acercamos a dos sociedades distintas, cada una de las cuales tiene su propia relación con la naturaleza y en las que hombres y mujeres juegan papeles diferentes. Pero entre el negro y el blanco hay toda una gama de grises: esos ecólogos a los que citaba Carson vuelven a aparecer aquí, junto a estudios antropológicos o sistemas de gobierno alternativos. Nuevamente, la forma de vida, la estructura social y los intereses económicos afectan al medio ambiente natural.

 

Carson y Le Guin nos ofrecen dos advertencias más, cada una desde una óptica distinta, sobre las consecuencias del desastre ambiental que estamos provocando y del que no deja de avisarnos la comunidad científica. Aunque también ofrecen motivos para la esperanza porque, como reza una de las citas más famosas de Le Guin:

 

«El poder del capitalismo parece insoslayable, como antaño el derecho divino de los reyes. Sin embargo, el ser humano puede resistirse al poder, alterarlo. Y la resistencia y el cambio tienen a menudo su inspiración en el arte y, especialmente, en el arte de forjar las palabras»

 


Si quieres conocer más detalles sobre la vida y la obra de Rachel Carson, consulta esta colección de artículos del blog Mujeres con ciencia titulada «Rachel Louise Carson y la conciencia ambiental». Para saber más sobre Ursula K. Leguin, este artículo de Pedro Torrijos es una buena forma de empezar a tirar del inmenso hilo de su obra.

viernes, 19 de marzo de 2021

¿Sabías que...?

 ¿Te atreves a hacer este cuestionario y poner a prueba tus conocimientos sobre científicas? Y si te pica el gusanillo y quieres saber más sobre ellas, solo tienes que pinchar en los enlaces que aparecen a lo largo de toda la prueba. Que no te tiente fallar a propósito para descubrir nuevas pistas sobre nuestras científicas: al final encontrarás un resumen sobre todas las protagonistas de este breve recorrido por algunas de las páginas olvidadas de la historia de la ciencia.

miércoles, 10 de marzo de 2021

Ellen Gleditsch: «La ignorancia es sin duda la raíz de todos nuestros problemas»

 

Ellen Gleditsch en 1967, durante una
conferencia en la Universidad de Oslo. Fuente
Ellen Gleditsch (1879-1968) fue una de las pioneras del campo de la radioquímica, determinó el periodo de semidesintegración del radio y contribuyó a demostrar la existencia de isótopos. Desde sus comienzos como ayudante de farmacia a su trabajo en la UNESCO después de jubilarse, pasando por su estancia en el laboratorio de Marie Curie o su colaboración con la Resistencia noruega durante la ocupación nazi, tuvo una vida fascinante, dedicada a la ciencia y a ayudar a los demás.

Hacemos un ejercicio de periodismo-ficción y viajamos en el tiempo hasta 1962, a París, donde se encuentra en ese momento para recibir un doctorado honoris causa de la Sorbona a sus 83 años.

 

P: Hoy va a convertirse en la primera mujer en recibir un doctorado honoris causa de la Sorbona. ¿Qué supone esta distinción para usted?

Ellen Gleditsch: Es una alegría inmensa, pero agridulce, porque me hace pensar en todas las mujeres que lo merecieron antes que yo y no lo consiguieron. A mi edad, es también la excusa perfecta para echar la vista atrás y recordar a todas las personas que me han acompañado en el camino, a todas mis colegas del laboratorio Curie y, sobre todo a mi familia. Éramos diez hermanos y mis padres tenían unos medios económicos muy modestos, pero nos transmitieron el valor de la educación y la curiosidad. Sin el ejemplo de mi madre, que defendió durante toda su vida el derecho de las mujeres al voto, puede que no hubiera tenido el valor para seguir estudiando a pesar de todas las dificultades.

 

P: A principios del siglo XX, en Noruega, como en otros muchos países, las mujeres tenían vetado el acceso a la universidad. ¿Cómo consiguió estudiar?

E. G.: Como le digo, vengo de una familia modesta y por mucho que me interesara la ciencia lo más acuciante era encontrar un medio de vida. Cuando acabé mis estudios secundarios empecé a trabajar en una farmacia, porque me encantaba la botánica y era una forma de mantener el contacto con ella. Mientras estaba allí hice cursos no universitarios de farmacología y química y más tarde conseguí un trabajo como ayudante de laboratorio en la Universidad de Kristiania, con el profesor Bødtker. Fue él quien me recomendó para entrar en el laboratorio de Marie Curie. Allí los estudiantes tenían que pagar la estancia de estudio y yo no podía permitírmelo, así que Marie me ofreció trabajar como asistente de laboratorio preparando sales de radio a cambio de la formación.

 

P: ¿Cómo recuerda aquella etapa en el laboratorio Curie?

E. G.: Fueron unos años maravillosos. Trabajé como asistente personal de Marie, escribí mi primer artículo científico con ella y trabamos una amistad que mantendríamos siempre; pude completar mis estudios universitarios en química y conocí a multitud de colegas. Fue muy enriquecedor, el laboratorio, el ambiente cosmopolita de París, todas sus oportunidades científicas… Cuando regresé a Noruega en 1912 para trabajar como técnica de radioquímica en la universidad, lo eché mucho de menos, notaba el aislamiento y la falta de equipos, por eso decidí pedir una beca para estudiar en los Estados Unidos.

 

P: Pero la situación de las mujeres científicas en los Estados Unidos sería diferente...

E. G.: No crea que tanto. El laboratorio de Theodore Lyman de Harvard rechazó mi propuesta porque Lyman no quería trabajar con mujeres. También en Yale me rechazaron, pero Bertram Boltwood, el encargado de su laboratorio, fue más elegante con su excusa de que no tenía espacio para mí, así que hice oídos sordos y me presenté allí igualmente. ¡No podía quejarse, soy muy pequeñita y apenas ocupo sitio! Al final el esfuerzo dio sus frutos, porque en Yale conseguí determinar el periodo de semidesintegración del radio. El trabajo con materiales radioactivos es fascinante, pudimos demostrar la existencia de isótopos y usar ese conocimiento para datar minerales. Gracias a mi estancia en Yale logré el reconocimiento necesario de mis colegas para volver a Noruega en 1916 como profesora ayudante, aunque seguía siendo un puesto muy precario. Hasta 1929 no conseguí la cátedra en la universidad, fui la segunda mujer en lograrlo en Noruega y la decisión fue bastante polémica, incluso la prensa general se hizo eco de aquella cuestión académica.

 

P: ¿Eso fue lo que la animó a fundar la Asociación de Mujeres Académicas Noruegas?

E. G.: Sí, sin duda, porque la ciencia no entiende de sexos ni de razas y no podemos permitirnos el lujo de prescindir del talento de más de la mitad de la humanidad. Además, creo que la ciencia es una labor internacional y que hay que fomentar los intercambios porque abren los ojos a otras realidades y permiten que circule el conocimiento. Por eso volví tantas veces a París a colaborar con Marie e Irène [Joliot-Curie] en el laboratorio y mantuve siempre el contacto con Lise [Meitner], Ernest [Rutherford], Frederick [Soddy] y otras tantas colegas. Escribí libros de texto con Eva [Ramstedt], colaboré profesionalmente con mi hermana Liv, que también es química, y animé a mis estudiantes a viajar a otras universidades. Esa red de cooperación es fundamental. Por eso también participé activamente en la Federación Internacional de Mujeres Universitarias, incluso como presidenta entre 1926 y 1929. Fueron buenos tiempos, aunque después todo se complicó con el ascenso del nazismo.

 

P: ¿La ocupación nazi de Noruega en 1940 afectó a su trabajo?

E. G.: Por supuesto. Fue una época muy dura. Habíamos conseguido montar un buen laboratorio y nos permitieron seguir trabajando, así que lo usamos para dar refugio a colegas que huían de los nazis, como Elizabeth Róna o Marietta Blau. Colaboramos con la Resistencia noruega como pudimos, pasando mensajes a los aliados a través de Irène y de Frédéric… Hasta tuvimos que plantar un huerto para abastecernos cuando empezó a escasear la comida. A mi hermano Adler lo detuvieron y estuvo en un campo de concentración dos años. A mí también me arrestaron en una redada que hicieron en el laboratorio, pero conseguí librarme gracias a que hablo alemán y a mi aspecto físico: conseguí convencer a los guardias de que era inofensiva.

 

P: Después de la guerra y ya jubilada, empezó a colaborar con la UNESCO en su programa de alfabetización. En su intervención durante la primera sesión de la Asamblea General de esta institución en 1946 afirmó que: «Ante todo debemos luchar contra el analfabetismo y la ignorancia. La ignorancia es sin duda la raíz de todos nuestros problemas y de ella nace el rencor que convierte a nuestros vecinos, ya sean personas o naciones, en enemigos. Por eso debemos acabar con ella, cueste lo que cueste». ¿Sigue pensando que la educación tiene ese poder?

E. G.: Sí, no me cabe duda de que la educación es nuestra arma más poderosa. Dediqué buena parte de mi carrera a mis estudiantes, a conseguir becas para quienes no tienen medios y a divulgar el conocimiento científico y la historia de la ciencia, también para el público general. Recuerdo que en los años treinta incluso montamos una serie de radio que se llamaba «Los elementos químicos» que tuvo cierto éxito. Mi colaboración con la UNESCO en este campo fue muy gratificante y me pesó mucho tener que renunciar a ella en 1953 en protesta por la entrada en la institución del régimen fascista español.

Muchas gracias por su tiempo, Ellen, ha sido un placer charlar con usted.

 

Esta entrevista ficticia es una licencia literaria, aunque los hechos descritos están documentados en las referencias que aparecen a continuación. Recomiendo especialmente el último artículo reseñado, que se puede leer casi completo en Google Books, y el soberbio trabajo de tesis de Anette Lykknes.

 

Referencias

«Ellen Gleditsch». Encyclopedia of World Biography. Encyclopedia.com. [Consultado el 8 de marzo de 2021]

«Gleditsch, Ellen». UNESCO Archives AtoM Catalogue. [Consultado el 8 de marzo de 2021]

Lykknes, A. (2005) «Ellen Gleditsch: professor, radiochemist, and mentor».

Lykknes, A. (2019) «Ellen Gleditsch: Woman Chemist in IUPAC’s Early History».

Razkin, U. (2020). «Todos los caminos de la radiactividad llevan a Ellen Gleditsch» Mujeres con ciencia

Weidler Kubanek, A.M.; Grzegorek, G.P. (1997) «Ellen Gleditsch: Professor and humanist» en Rayner-Canham, Marelene F.; Rayner-Canham, Geoffrey W. A devotion to their science pioneer women of radioactivity. Philadelphia, Pennsylvania: Chemical Heritage Foundation.

 

 

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