En 1992, la Union of Concerned
Scientists publicó una advertencia a la humanidad respaldada por más de
1700 firmas de la comunidad científica, incluidas las de 104 premios
Nobel. Su mensaje era claro: la actividad humana está provocando un daño
irreversible en el planeta y urge actuar para que cambiar el rumbo. La
advertencia se repitió en 2017 con un segundo aviso al que se adhirieron 15 364 personas
dedicadas a la ciencia en todo el mundo. En noviembre de 2019, poco antes de
que la COVID-19 llegara a nuestras vidas, la voz de la comunidad científica
volvió a alzarse para transformar esos reiterados avisos en una declaración de emergencia climática.
La chispa de esta conciencia
ambiental, que ahora podemos apoyar en multitud de datos científicos, como los
informes del IPCC, prendió décadas atrás. La voz pionera del movimiento
ecologista fue la bióloga marina estadounidense Rachel Carson, que llevó el
tema del conservacionismo a la esfera pública en 1962 con su libro Silent
Spring, vertido al castellano como Primavera silenciosa (traducción de
Joandomènec Ros). Esta obra, probablemente la primera de divulgación
científica dedicada a la ecología, denuncia la contaminación que provoca el uso
indiscriminado de plaguicidas como el DDT. Aunque Carson no reclamaba en ella
la prohibición de los insecticidas, sino tan solo su control y la evaluación de
sus posibles efectos adversos, su publicación desató una gran polémica: la
industria química atacó a la autora, la tachó de histérica o alarmista y
menospreció sus conocimientos argumentando que era «solo una mujer» que ni siquiera
tenía estudios de doctorado. A pesar de
las duras críticas que recibió, Primavera silenciosa contribuyó a la
creación de la Agencia de Protección Medioambiental estadounidense.
La esencia filosófica de la obra de Carson bebe de corriente literaria de la escritura de la naturaleza o nature writing, que se retrotrae hasta el siglo XIX con autores como Humboldt, Thoureau o Susan Fenimore Cooper. Su reflexión se articula en torno a varias ideas clave: el valor intrínseco del medio ambiente, la relación de dependencia del ser humano con respecto a ese medio y la responsabilidad medioambiental que este debe asumir. Para Carson, los problemas de contaminación derivados del DDT no son una consecuencia del avance de la tecnología, sino del uso que hacemos de ella y de nuestra forma de vida, dominada muchas veces por intereses distintos a lo que dictan la ciencia y el conocimiento. Como ella misma dice en Primavera silenciosa:
«Instruimos a ecólogos en nuestras universidades, e incluso los empleamos en oficinas gubernamentales, pero rara vez aceptamos su consejo. Permitimos que caiga la mortal lluvia química como si no hubiera otra alternativa, mientras que de hecho existen muchas más, que podrían ser pronto halladas si se trabajase en tal sentido»
Esta idea se recoge también en
la novela de Ursula K. Le Guin The Word for World Is Forest (El
nombre del mundo es bosque, traducción de Matilde Horne) publicada
en 1976. Le Guin es una autora de fantasía, ciencia ficción y ficción
especulativa, géneros muy prolíficos a la hora de examinar cuestiones
científicas desde una óptica filosófica o ética. Nos adentramos en un
terreno puramente literario en el que ya no partimos de la necesidad de rigor
científico de la divulgación, sino que buscamos una reflexión que va más allá y
que explora posibles causas o consecuencias.
La historia de El nombre del mundo es bosque nos sitúa en un futuro en el que ya no quedan árboles ni especies animales salvajes sobre la Tierra y la humanidad ha emprendido la búsqueda de esos recursos en otros planetas. En uno de ellos, Nueva Tahití, se ha desplegado un sistema colonial que esclaviza a la población nativa para talar la madera de sus bosques hasta llegar al extremo de la desertización de una de las islas. Las primeras páginas de la novela parecen anticipar una trama maniquea, un relato de colonialismo violento, explotación de los recursos, racismo y machismo, en el que las mujeres llegan al planeta en cargamentos para uso y disfrute de la población masculina. Nada más lejos de la realidad.
Selva quemada para la agricultura en el sur de México. Imagen de dominio público. Fuente |
En El nombre del mundo es bosque
nos acercamos a dos sociedades distintas, cada una de las cuales tiene su
propia relación con la naturaleza y en las que hombres y mujeres juegan papeles
diferentes. Pero entre el negro y el blanco hay toda una gama de grises:
esos ecólogos a los que citaba Carson vuelven a aparecer aquí, junto a estudios
antropológicos o sistemas de gobierno alternativos. Nuevamente, la forma de
vida, la estructura social y los intereses económicos afectan al medio ambiente
natural.
Carson y Le Guin nos ofrecen
dos advertencias más, cada una desde una óptica distinta, sobre las consecuencias
del desastre ambiental que estamos provocando y del que no deja de avisarnos la
comunidad científica. Aunque también ofrecen motivos para la esperanza porque,
como reza una de las citas más famosas de Le Guin:
«El poder del capitalismo parece insoslayable, como antaño el derecho divino de los reyes. Sin embargo, el ser humano puede resistirse al poder, alterarlo. Y la resistencia y el cambio tienen a menudo su inspiración en el arte y, especialmente, en el arte de forjar las palabras»
Si quieres conocer más detalles sobre la vida y la obra de Rachel Carson, consulta esta colección de artículos del blog Mujeres con ciencia titulada «Rachel Louise Carson y la conciencia ambiental». Para saber más sobre Ursula K. Leguin, este artículo de Pedro Torrijos es una buena forma de empezar a tirar del inmenso hilo de su obra.
Muchas gracias por citar a las personas que se encargaron de traducir estos maravillosos libros que citas. Sin traducción estas autoras no habrían llegado a tantas conciencias.
ResponderEliminar