Si tuviéramos que definir La invención de la naturaleza en una sola palabra, esa sería ‘conexiones’. Esta obra de divulgación de Andrea Wulf, traducida al castellano por María Luisa Rodríguez Tapia, nos presenta la fascinante biografía y el trabajo científico de Alexander von Humboldt, los elementos que le inspiraron su visión integradora del mundo y de las disciplinas científicas, así como la influencia que tuvieron sus ideas en los ámbitos más diversos, desde el arte o la política a la biología o la meteorología.
Su autora, la escritora e historiadora
Andrea Wulf,
nació en Nueva Delhi en 1972, creció en Alemania y se licenció en el Royal
College of Art de Londres. Antes de iniciar este proyecto sobre Humboldt, había
escrito ya varios títulos que combinaban historia y ciencia, como Founding Gardeners
(2011), que se acerca a la generación de la revolución estadounidense a través
de la botánica, o Chasing Venus (2012), que relata una historia de colaboración
científica internacional a finales del siglo XVIII. La invención de la
naturaleza se publicó en 2015 y desde entonces ha cosechado varios galardones,
entre ellos el premio Dingle de la Sociedad Británica de Historia de la Ciencia
y el Ness de la Real Sociedad Geográfica Británica. Podríamos enmarcar esta
obra y su éxito de ventas y de crítica en el contexto del auge que han vivido
durante estos últimos años la divulgación científica y la literatura de la
naturaleza.
Uno de los aspectos más destacados de La invención de la naturaleza es su impresionante trabajo de documentación: a las más de 400 páginas del libro se suman otras 160 de créditos, notas, citas, fuentes bibliográficas e índice analítico. Wulf explica en el prólogo del libro y en varias entrevistas el trabajo que supuso bucear en los archivos de Humboldt y seguir sus pasos por el mundo (llegó a subir al volcán Chimborazo para revivir el viaje del naturalista). Sin embargo, ese rigor no está reñido con la calidad literaria ni con el registro divulgativo del libro, que se lee con avidez. Según Wulf, ese enfoque que combina una minuciosa investigación para basar el texto en datos con una prosa atractiva y sugerente es un reflejo de las ideas del propio Humboldt, quien creía que «el conocimiento nunca podría matar la fuerza creativa de la imaginación, sino añadir pasión, asombro y admiración».
El libro se estructura en cinco
partes que entretejen la biografía de Humboldt con la evolución de sus ideas y lo convierten en una obra que es
muchas cosas a la vez: es un entretenido libro de aventuras, una biografía
romántica, un detallado relato de expediciones científicas, un ensayo histórico
que toca cuestiones políticas, sociales, artísticas o literarias, un manifiesto
ecologista, un título de divulgación sobre historia de la ciencia y,
también, un acercamiento a la filosofía de la ciencia.
Humboldt nació en el seno de
una familia acomodada prusiana en 1769. Ya de niño prefería estar al aire libre
y sentía una curiosidad insaciable por el mundo natural. Su madre quería para
él un futuro en la Administración del Estado y, aunque se plegó a sus deseos, su etapa de formación académica también
le permitió viajar, conocer París y entrar en contacto con la visión de la
Revolución Francesa y la Ilustración. París era en aquella época la capital
científica e intelectual de Europa y allí se empapó de las ideas progresistas
revolucionarias, de la filosofía del empirismo y del mecanicismo de Laplace y
Newton. Hacía experimentos sin descanso, lo medía todo, lo observaba todo. Cuando
volvió a Prusia, pasó una temporada en casa de su hermano en Jena, donde trabó
una estrecha amistad con Goethe, ideal del literato y científico romántico
alemán y defensor de una filosofía idealista de la ciencia, la Naturphilosophie.
Wulf aprovecha esta situación para presentarnos estas dos filosofías de la
ciencia del siglo XIX, el racionalismo heredero del idealismo de Kant y el
empirismo. Humboldt adoptó una filosofía nueva e integradora, un empirismo
razonado que se basaba en los datos y las mediciones, pero los interpretaba
desde la experiencia y la razón.
La libertad guiando al pueblo del pintor romántico Eugène Delacroix. 1830 |
Mientras trabajaba como
supervisor de minas en Prusia, su infinita curiosidad lo llevó a estudiar todo
lo que podía, geología, botánica, química, matemáticas, zoología, física, magnetismo… todo le parecía
fascinante y creía que, en realidad, todo estaba conectado. Tras la muerte de su madre, pudo por fin
cumplir su sueño de embarcarse en una expedición y se gastó la fortuna que
acababa de heredar en preparar un viaje a América, al que le acompañaría Aimé
Bonpland. Andrea Wulf narra este periplo como una interesante historia de
aventuras, que es además un ejemplo perfecto de cómo funcionaban estas expediciones
en el siglo XIX: las dificultades para obtener el permiso de las
autoridades coloniales, la necesidad de conseguir financiación y mecenazgo, las relaciones con el poder político y las obligaciones a las que solían quedar atados los científicos o las
penurias del trabajo sobre el terreno, pero también la circulación de
conocimientos que suponían estas aventuras. Humboldt pudo visitar durante
ese viaje a Celestino Mutis, consultar su biblioteca o los archivos coloniales en
México. También conoció a la población indígena, aprendió de su cultura y de
sus técnicas, que consideraba muy avanzadas, y descubrió una naturaleza
espléndida, nuevas especies y multitud de riquezas. Por el lado más sombrío,
fue testigo de las injusticias que suponía el sistema colonial, del oprobio de
la esclavitud y de la explotación desmedida de los recursos naturales.
La filosofía integradora de
Humboldt tomó todos esos elementos y buscó las relaciones. Llegó a la
conclusión, por ejemplo, de que la tala indiscriminada para obtener tierras de
cultivo había provocado la bajada de nivel de las aguas en el lago Valencia, en
Venezuela, en lo que podría ser el primer desastre ecológico documentado de
la historia. En su ascenso al Chimborazo, recogió muestras, registró y
midió sin descanso para luego cristalizar toda la información en un dibujo que
condensaba todos los datos y mostraba la relación entre las altitudes y la
vegetación, es decir, la importancia del hábitat. Se dio cuenta de las
similitudes de algunas especies con otras de las mismas latitudes en otros
continentes, lo que le hizo postular una relación climática y la
existencia de las isotermas.
Sección transversal del Chimborazo con toda la información recopilada por Humboldt distribuida según la altitud |
Cuando volvió a Europa, dio cuenta
de todas sus investigaciones en una obra magna de 30 volúmenes, Viaje a las
regiones equinocciales del Nuevo Continente, y en sus Cuadros de la
naturaleza, un libro de divulgación destinado al público general en el que transmitía su visión de la Tierra como un conjunto orgánico en el que unos animales dependían de otros, incluido el ser humano. En este título se funden su defensa de la educación como herramienta para lograr una sociedad libre y feliz con su idea de la contemplación, el arte y el goce estético como formas de
conocimiento; para él, «una descripción veraz de la realidad es la más
extraordinaria poesía». Pero no se limitó a relatar sus descubrimientos científicos:
los ideales de 1789 de justicia e igualdad también lo impulsaron a criticar el
sistema colonial y la esclavitud.
Sus ideas lo convirtieron en uno de los científicos más populares de Europa y lo sumergieron en una etapa de actividad intensa en
suelo europeo, en Berlín, pero sobre todo en París, donde participó de la vida científica tal
y como se practicaba en el siglo XIX: salones intelectuales en los que se
debatían nuevas ideas; contactos y viajes para visitar a eruditos de otros
países; clases universitarias; libros recién editados y nuevas traducciones de
obras gracias a las que el conocimiento fluía de unos países a otros;
expediciones que traían y llevaban muestras, instrumentos o mapas; o charlas y
clases para divulgar las novedades a la sociedad. Esta agitación cultural era fundamental para Humboldt, ya que creía que «compartir era el camino para hacer descubrimientos nuevos y más importantes» y que «sin una diversidad de opiniones, el descubrimiento de la verdad es imposible».
Humboldt siempre quiso hacer
otra expedición, esta vez al Himalaya, para poder comparar los datos que
obtuviera allí con los que ya había recopilado y acabar de encontrar esos vínculos
que lo unían todo. Sin embargo, el gobierno imperial británico nunca se lo
permitió por temor a que criticara su sistema colonial como ya había hecho con
el español. Al final de su vida, sí que pudo cumplir su deseo de volver a
viajar en una expedición por tierras rusas financiada por el zar. Gracias a esa
última aventura, publicó una última obra enciclopédica, Kosmos,
en la que pretendía reunir todos los conocimientos disponibles sobre todo tipo
de disciplinas naturales, pero no como una mera recopilación de datos, sino desde
una perspectiva totalizadora, un conocimiento conectado.
Mapa de Woodbridge con las líneas isotérmicas propuestas por Humboldt. 1823 |
A lo largo de su vida, se
relacionó con multitud de personalidades científicas, a las que influyó y de
las que también aprendió, como Cuvier, Lamarck, Lyell, Darwin o Mary Sommerville, quien, en la misma época que él, también estaba preparando una
obra que aglutinara todos los saberes físicos de la época, The Connection of
the Physical Sciences. Estuvo en contacto con líderes políticos, como
Thomas Jefferson, con quien chocaba en el tema de la esclavitud, o Simón
Bolívar. De hecho, es posible que la tarea que había hecho Humboldt presentando
América a los europeos como un continente espléndido y avanzado inspirara a Bolívar en su liberación de los pueblos americanos. Las
ideas humboldtianas sobre la unión de ciencia y arte también dejaron su huella
en la literatura, en figuras como Thoureau, y en la nueva pintura del paisaje, que
fue la vía por la que Haeckel
llegó a acuñar el término ‘ecología’. Y, por supuesto, su concepción de la
naturaleza como un todo fue el germen del conservacionismo y la defensa del
medio ambiente.
La invención de la
naturaleza de Andrea Wulf
nos lleva de la mano por este fascinante mundo de expediciones, debates
científicos y nuevas ideas, un mundo ilustrado en el que la ciencia era vista
como una empresa sin fronteras al servicio de la humanidad, aunque esa idea no siempre coincidiera con la realidad. En este contexto, nos presenta a
Humboldt, con su filosofía de la ciencia integradora, siempre en busca de conexiones para
demostrar que todo estaba relacionado y que la naturaleza es un ente orgánico que el ser
humano puede alterar con su actividad. Un naturalista que defendió ideas políticas progresistas, se opuso a los sistemas coloniales y a la esclavitud y cuyo legado se ramifica a través de distintas disciplinas. Un auténtico polímata, amante de las
ciencias y las artes, cuya obra llega hasta la ficción, al Macondo de García Márquez o a la biblioteca del capitán Nemo en el Nautilus.
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