viernes, 9 de abril de 2021

La invención de la naturaleza de Andrea Wulf: un caleidoscopio de conexiones

 

Si tuviéramos que definir La invención de la naturaleza en una sola palabra, esa sería ‘conexiones’. Esta obra de divulgación de Andrea Wulf, traducida al castellano por María Luisa Rodríguez Tapia, nos presenta la fascinante biografía y el trabajo científico de Alexander von Humboldt, los elementos que le inspiraron su visión integradora del mundo y de las disciplinas científicas, así como la influencia que tuvieron sus ideas en los ámbitos más diversos, desde el arte o la política a la biología o la meteorología.

 

Su autora, la escritora e historiadora Andrea Wulf, nació en Nueva Delhi en 1972, creció en Alemania y se licenció en el Royal College of Art de Londres. Antes de iniciar este proyecto sobre Humboldt, había escrito ya varios títulos que combinaban historia y ciencia, como Founding Gardeners (2011), que se acerca a la generación de la revolución estadounidense a través de la botánica, o Chasing Venus (2012), que relata una historia de colaboración científica internacional a finales del siglo XVIII. La invención de la naturaleza se publicó en 2015 y desde entonces ha cosechado varios galardones, entre ellos el premio Dingle de la Sociedad Británica de Historia de la Ciencia y el Ness de la Real Sociedad Geográfica Británica. Podríamos enmarcar esta obra y su éxito de ventas y de crítica en el contexto del auge que han vivido durante estos últimos años la divulgación científica y la literatura de la naturaleza.



Uno de los aspectos más destacados de La invención de la naturaleza es su impresionante trabajo de documentación: a las más de 400 páginas del libro se suman otras 160 de créditos, notas, citas, fuentes bibliográficas e índice analítico. Wulf explica en el prólogo del libro y en varias entrevistas el trabajo que supuso bucear en los archivos de Humboldt y seguir sus pasos por el mundo (llegó a subir al volcán Chimborazo para revivir el viaje del naturalista). Sin embargo, ese rigor no está reñido con la calidad literaria ni con el registro divulgativo del libro, que se lee con avidez. Según Wulf, ese enfoque que combina una minuciosa investigación para basar el texto en datos con una prosa atractiva y sugerente es un reflejo de las ideas del propio Humboldt, quien creía que «el conocimiento nunca podría matar la fuerza creativa de la imaginación, sino añadir pasión, asombro y admiración».

 

El libro se estructura en cinco partes que entretejen la biografía de Humboldt con la evolución de sus ideas y lo convierten en una obra que es muchas cosas a la vez: es un entretenido libro de aventuras, una biografía romántica, un detallado relato de expediciones científicas, un ensayo histórico que toca cuestiones políticas, sociales, artísticas o literarias, un manifiesto ecologista, un título de divulgación sobre historia de la ciencia y, también, un acercamiento a la filosofía de la ciencia.

 

Humboldt nació en el seno de una familia acomodada prusiana en 1769. Ya de niño prefería estar al aire libre y sentía una curiosidad insaciable por el mundo natural. Su madre quería para él un futuro en la Administración del Estado y, aunque se plegó a sus deseos, su etapa de formación académica también le permitió viajar, conocer París y entrar en contacto con la visión de la Revolución Francesa y la Ilustración. París era en aquella época la capital científica e intelectual de Europa y allí se empapó de las ideas progresistas revolucionarias, de la filosofía del empirismo y del mecanicismo de Laplace y Newton. Hacía experimentos sin descanso, lo medía todo, lo observaba todo. Cuando volvió a Prusia, pasó una temporada en casa de su hermano en Jena, donde trabó una estrecha amistad con Goethe, ideal del literato y científico romántico alemán y defensor de una filosofía idealista de la ciencia, la Naturphilosophie. Wulf aprovecha esta situación para presentarnos estas dos filosofías de la ciencia del siglo XIX, el racionalismo heredero del idealismo de Kant y el empirismo. Humboldt adoptó una filosofía nueva e integradora, un empirismo razonado que se basaba en los datos y las mediciones, pero los interpretaba desde la experiencia y la razón.

 

La libertad guiando al pueblo del pintor romántico Eugène Delacroix. 1830

Mientras trabajaba como supervisor de minas en Prusia, su infinita curiosidad lo llevó a estudiar todo lo que podía, geología, botánica, química, matemáticas, zoología, física, magnetismo… todo le parecía fascinante y creía que, en realidad, todo estaba conectado.  Tras la muerte de su madre, pudo por fin cumplir su sueño de embarcarse en una expedición y se gastó la fortuna que acababa de heredar en preparar un viaje a América, al que le acompañaría Aimé Bonpland. Andrea Wulf narra este periplo como una interesante historia de aventuras, que es además un ejemplo perfecto de cómo funcionaban estas expediciones en el siglo XIX: las dificultades para obtener el permiso de las autoridades coloniales, la necesidad de conseguir financiación y mecenazgo, las relaciones con el poder político y las obligaciones a las que solían quedar atados los científicos o las penurias del trabajo sobre el terreno, pero también la circulación de conocimientos que suponían estas aventuras. Humboldt pudo visitar durante ese viaje a Celestino Mutis, consultar su biblioteca o los archivos coloniales en México. También conoció a la población indígena, aprendió de su cultura y de sus técnicas, que consideraba muy avanzadas, y descubrió una naturaleza espléndida, nuevas especies y multitud de riquezas. Por el lado más sombrío, fue testigo de las injusticias que suponía el sistema colonial, del oprobio de la esclavitud y de la explotación desmedida de los recursos naturales.

 

La filosofía integradora de Humboldt tomó todos esos elementos y buscó las relaciones. Llegó a la conclusión, por ejemplo, de que la tala indiscriminada para obtener tierras de cultivo había provocado la bajada de nivel de las aguas en el lago Valencia, en Venezuela, en lo que podría ser el primer desastre ecológico documentado de la historia. En su ascenso al Chimborazo, recogió muestras, registró y midió sin descanso para luego cristalizar toda la información en un dibujo que condensaba todos los datos y mostraba la relación entre las altitudes y la vegetación, es decir, la importancia del hábitat. Se dio cuenta de las similitudes de algunas especies con otras de las mismas latitudes en otros continentes, lo que le hizo postular una relación climática y la existencia de las isotermas.

 

Sección transversal del Chimborazo con toda la información recopilada por Humboldt distribuida según la altitud


Cuando volvió a Europa, dio cuenta de todas sus investigaciones en una obra magna de 30 volúmenes, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, y en sus Cuadros de la naturaleza, un libro de divulgación destinado al público general en el que transmitía su visión de la Tierra como un conjunto orgánico en el que unos animales dependían de otros, incluido el ser humano. En este título se funden su defensa de la educación como herramienta para lograr una sociedad libre y feliz con su idea de la contemplación, el arte y el goce estético como formas de conocimiento; para él, «una descripción veraz de la realidad es la más extraordinaria poesía». Pero no se limitó a relatar sus descubrimientos científicos: los ideales de 1789 de justicia e igualdad también lo impulsaron a criticar el sistema colonial y la esclavitud.

 

Sus ideas lo convirtieron en uno de los científicos más populares de Europa y lo sumergieron en una etapa de actividad intensa en suelo europeo, en Berlín, pero sobre todo en París, donde participó de la vida científica tal y como se practicaba en el siglo XIX: salones intelectuales en los que se debatían nuevas ideas; contactos y viajes para visitar a eruditos de otros países; clases universitarias; libros recién editados y nuevas traducciones de obras gracias a las que el conocimiento fluía de unos países a otros; expediciones que traían y llevaban muestras, instrumentos o mapas; o charlas y clases para divulgar las novedades a la sociedad. Esta agitación cultural era fundamental para Humboldt, ya que creía que «compartir era el camino para hacer descubrimientos nuevos y más importantes» y que «sin una diversidad de opiniones, el descubrimiento de la verdad es imposible».

 

Humboldt siempre quiso hacer otra expedición, esta vez al Himalaya, para poder comparar los datos que obtuviera allí con los que ya había recopilado y acabar de encontrar esos vínculos que lo unían todo. Sin embargo, el gobierno imperial británico nunca se lo permitió por temor a que criticara su sistema colonial como ya había hecho con el español. Al final de su vida, sí que pudo cumplir su deseo de volver a viajar en una expedición por tierras rusas financiada por el zar. Gracias a esa última aventura, publicó una última obra enciclopédica, Kosmos, en la que pretendía reunir todos los conocimientos disponibles sobre todo tipo de disciplinas naturales, pero no como una mera recopilación de datos, sino desde una perspectiva totalizadora, un conocimiento conectado.

 

Mapa de Woodbridge con las líneas isotérmicas propuestas por Humboldt. 1823

A lo largo de su vida, se relacionó con multitud de personalidades científicas, a las que influyó y de las que también aprendió, como Cuvier, Lamarck, Lyell, Darwin o Mary Sommerville, quien, en la misma época que él, también estaba preparando una obra que aglutinara todos los saberes físicos de la época, The Connection of the Physical Sciences. Estuvo en contacto con líderes políticos, como Thomas Jefferson, con quien chocaba en el tema de la esclavitud, o Simón Bolívar. De hecho, es posible que la tarea que había hecho Humboldt presentando América a los europeos como un continente espléndido y avanzado inspirara a Bolívar en su liberación de los pueblos americanos. Las ideas humboldtianas sobre la unión de ciencia y arte también dejaron su huella en la literatura, en figuras como Thoureau, y en la nueva pintura del paisaje, que fue la vía por la que Haeckel llegó a acuñar el término ‘ecología’. Y, por supuesto, su concepción de la naturaleza como un todo fue el germen del conservacionismo y la defensa del medio ambiente.

 

La invención de la naturaleza de Andrea Wulf nos lleva de la mano por este fascinante mundo de expediciones, debates científicos y nuevas ideas, un mundo ilustrado en el que la ciencia era vista como una empresa sin fronteras al servicio de la humanidad, aunque esa idea no siempre coincidiera con la realidad. En este contexto, nos presenta a Humboldt, con su filosofía de la ciencia integradora, siempre en busca de conexiones para demostrar que todo estaba relacionado y que la naturaleza es un ente orgánico que el ser humano puede alterar con su actividad. Un naturalista que defendió ideas políticas progresistas, se opuso a los sistemas coloniales y a la esclavitud y cuyo legado se ramifica a través de distintas disciplinas. Un auténtico polímata, amante de las ciencias y las artes, cuya obra llega hasta la ficción, al Macondo de García Márquez o a la biblioteca del capitán Nemo en el Nautilus.

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