El arte y las emociones
Difícil tarea la de describir
las emociones que nos produce el arte, por lo que tiene de personal, pero
también por lo variables que resultan esas emociones. Aunque la obra de arte no
cambie, nosotros sí lo hacemos y la impresión que nos provoca una misma pieza
puede variar enormemente en función de la situación, del contexto o de nuestros
sentimientos en un momento dado. Además, esas emociones tienen mucho que ver
con nuestra trayectoria vital y con las experiencias que vamos acumulando; de
hecho, nuestras preferencias estéticas también evolucionan con el tiempo.
A pesar de esa evolución, hay
tres obras que mantengo entre mis favoritas desde hace mucho tiempo: La
escuela de Atenas de Rafael, Les Vessenots en Auvers de Van
Gogh y El jardín de las delicias del Bosco. Puede que La escuela de
Atenas esté en esa lista porque condensa una de las emociones que con más
frecuencia me suscita el arte, la fascinación.
Para mí esta obra es
equilibrio, armonía, culto a la razón, pero ante todo me maravilla que sea
posible lograr esa sensación de profundidad en un dibujo plano, la perspectiva,
la capacidad para transmitir el movimiento y el volumen, desde la ropa de los
personajes hasta las esculturas o los altorrelieves de los elementos
arquitectónicos. Y que Rafael pueda transmitir conceptos complejos con un
simple gesto: el dedo hacia arriba de Platón y la mano hacia abajo de
Aristóteles resumen en una imagen dos filosofías diferentes. Me sucede lo mismo
con algunas técnicas escultóricas, como la de los paños mojados. ¿De dónde
surge esa capacidad para transformar el mármol en un elemento casi transparente
que parece que se está moviendo? Eso es lo que me inspira la
Ondina
emergiendo de las aguas de Bradley Chauncey, ese asombro por la maestría de
un artista que consigue transformar un mineral en una escultura de una belleza
perfectamente proporcionada, casi liviana.
¿Y cómo es capaz Bernini de esculpir unas manos que parecen apretar un cuerpo real?
Con Les Vessenots en
Auvers de Van Gogh la sensación es totalmente distinta. No me lleva a
preguntarme por la técnica, no quiero saber nada de la teoría del color ni si
ese tejado rojo tiene algún simbolismo oculto; solo quiero disfrutarla. En esa
imagen suelo ver paz, luz, alegría, un espacio abierto que invita a la libertad. Aunque hay días en los que también veo soledad y alejamiento.
Hace poco descubrí a la artista
estadounidense Erin Hanson, cuyos óleos me transmiten las mismas sensaciones,
la alegría del color y los entornos naturales.
Mi nómina de cuadros preferidos
se completa con El jardín de las delicias, que siempre me alegra porque es como un juego, una adivinanza. Aunque
hay muchas interpretaciones de esta obra que le confieren tintes moralistas,
para mí es un canto a la voluptuosidad, a la vida y al placer. Encuentro
incluso cierta intención burlona en la tabla del infierno, como si el Bosco
estuviera animando al espectador a ignorar las prevenciones de quienes advierten
al mundo de una eternidad llena de penas y castigos. Me encanta descubrir
detalles nuevos del cuadro, es como intentar desentrañar un misterio urdido por
una imaginación irrefrenable que nunca pierde su magia. Y ver el tríptico
original hace que la experiencia sea aún más intensa.
Ese contexto en el que ves una
obra también influye en cómo la percibes. La primera vez que estuve en El
Prado, disfruté mucho con el Bosco, pero también sufrí alguna decepción. Sentía
mucha curiosidad por Las meninas, esa obra maestra de la que tanto hemos
oído hablar en clase, pero cuando estuve delante de ella no me dijo nada,
absolutamente nada, ni para bien, ni para mal. Unos años después, me pasó justo
lo contrario con el Guernica. Por supuesto, conocía la obra y el
episodio del bombardeo, la historia de la Guerra Civil me interesa bastante y
he leído mucho sobre ella, pero, aun así, el cuadro nunca me había llamado
la atención. Hasta que lo vi en el Reina Sofía, curiosamente, en 2003, el año
del «No a la guerra». Es una obra imponente, estremece, inspira una mezcla de
rabia, impotencia y dolor. La madre con el niño en brazos, la figura que grita
con los brazos levantados, la flor a los pies del caballo. Es de una dureza
brutal.
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Guernica, Picasso, 1931, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. |
Creo que solo he sentido algo
parecido con la famosa foto de Robert Capa. Esa sensación de indefensión, de
soledad y de injusticia.
Hay otra obra que siempre
citamos para hablar de los horrores de la guerra, Los fusilamientos del 3
mayo, pero, a pesar de su intensidad, no llega a inspirarme ese sentimiento
tan tangible que me provoca el Guernica. Quizás porque plasma un
acontecimiento que me resulta más ajeno, por el color o por ser una obra más
realista. Quizás el hecho de que el Guernica sea una obra cubista deja
más margen para que el espectador la interprete y la haga suya. Desde luego, no
es por falta de fuerza en la obra de Goya. Saturno devorando a sus hijos,
por ejemplo, me provoca un desagrado que calificaría incluso como físico.
He dejado para el final el que
puede que sea el factor que más influye en la recepción del arte, el de las
vinculaciones personales. Me encanta la arquitectura del hierro: quioscos,
puentes, invernaderos y, sobre todo, mercados y estaciones de tren. Me parecen
estructuras que combinan belleza y fuerza, una forma de
arte que no se queda solo en museos o grandes
palacios, sino que sale a la calle, porque lo práctico también puede ser hermoso. Creo que se debe, en buena medida, a que
crecí en una zona obrera y me recuerdan al trabajo de mi padre en un taller
metalúrgico, a ese olor inconfundible a soldadura y a una radial puliendo
hierro. En cierto modo, hay una sensación de orgullo en ver ese trabajo obrero
transformado en arte. En este capítulo, puede que mis estructuras preferidas
sean la estación de Abando de Bilbao, con esa espectacular vidriera, y el
mercado de Colón de Valencia, que además se combina con otros toques
modernistas.
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Mercado de Colón, Francisco Mora Berenguer, 1914-1916, Valencia. Autor de la fotografía: Diego Delso |
Pero estas son solo las emociones que me vienen a la mente hoy, ahora. Puede que en otro momento esas percepciones sean distintas o incluso que recuerde aquella primera vez que vi una obra de otro modo.