Ellen Gleditsch en 1967, durante una conferencia en la Universidad de Oslo. Fuente |
Hacemos
un ejercicio de periodismo-ficción y viajamos en el tiempo hasta 1962, a París,
donde se encuentra en ese momento para recibir un doctorado honoris
causa de la Sorbona a sus 83 años.
P:
Hoy va a convertirse en la primera mujer en recibir un doctorado honoris
causa de la Sorbona. ¿Qué supone esta distinción para usted?
Ellen Gleditsch: Es una alegría inmensa, pero agridulce, porque me hace pensar en todas las mujeres que lo merecieron antes que yo y no lo consiguieron. A mi edad, es también la excusa perfecta para echar la vista atrás y recordar a todas las personas que me han acompañado en el camino, a todas mis colegas del laboratorio Curie y, sobre todo a mi familia. Éramos diez hermanos y mis padres tenían unos medios económicos muy modestos, pero nos transmitieron el valor de la educación y la curiosidad. Sin el ejemplo de mi madre, que defendió durante toda su vida el derecho de las mujeres al voto, puede que no hubiera tenido el valor para seguir estudiando a pesar de todas las dificultades.
P:
A principios del siglo XX, en Noruega, como en otros muchos países, las mujeres
tenían vetado el acceso a la universidad. ¿Cómo consiguió estudiar?
E. G.: Como le digo, vengo de una familia modesta y por mucho que me interesara la ciencia lo más acuciante era encontrar un medio de vida. Cuando acabé mis estudios secundarios empecé a trabajar en una farmacia, porque me encantaba la botánica y era una forma de mantener el contacto con ella. Mientras estaba allí hice cursos no universitarios de farmacología y química y más tarde conseguí un trabajo como ayudante de laboratorio en la Universidad de Kristiania, con el profesor Bødtker. Fue él quien me recomendó para entrar en el laboratorio de Marie Curie. Allí los estudiantes tenían que pagar la estancia de estudio y yo no podía permitírmelo, así que Marie me ofreció trabajar como asistente de laboratorio preparando sales de radio a cambio de la formación.
P:
¿Cómo recuerda aquella etapa en el laboratorio Curie?
E. G.: Fueron unos años maravillosos. Trabajé como asistente personal de Marie, escribí mi primer artículo científico con ella y trabamos una amistad que mantendríamos siempre; pude completar mis estudios universitarios en química y conocí a multitud de colegas. Fue muy enriquecedor, el laboratorio, el ambiente cosmopolita de París, todas sus oportunidades científicas… Cuando regresé a Noruega en 1912 para trabajar como técnica de radioquímica en la universidad, lo eché mucho de menos, notaba el aislamiento y la falta de equipos, por eso decidí pedir una beca para estudiar en los Estados Unidos.
P:
Pero la situación de las mujeres científicas en los Estados Unidos sería
diferente...
E. G.: No crea que tanto. El laboratorio de Theodore Lyman de Harvard rechazó mi propuesta porque Lyman no quería trabajar con mujeres. También en Yale me rechazaron, pero Bertram Boltwood, el encargado de su laboratorio, fue más elegante con su excusa de que no tenía espacio para mí, así que hice oídos sordos y me presenté allí igualmente. ¡No podía quejarse, soy muy pequeñita y apenas ocupo sitio! Al final el esfuerzo dio sus frutos, porque en Yale conseguí determinar el periodo de semidesintegración del radio. El trabajo con materiales radioactivos es fascinante, pudimos demostrar la existencia de isótopos y usar ese conocimiento para datar minerales. Gracias a mi estancia en Yale logré el reconocimiento necesario de mis colegas para volver a Noruega en 1916 como profesora ayudante, aunque seguía siendo un puesto muy precario. Hasta 1929 no conseguí la cátedra en la universidad, fui la segunda mujer en lograrlo en Noruega y la decisión fue bastante polémica, incluso la prensa general se hizo eco de aquella cuestión académica.
P:
¿Eso fue lo que la animó a fundar la Asociación de Mujeres Académicas Noruegas?
E. G.: Sí, sin duda, porque la ciencia no entiende de sexos ni de razas y no podemos permitirnos el lujo de prescindir del talento de más de la mitad de la humanidad. Además, creo que la ciencia es una labor internacional y que hay que fomentar los intercambios porque abren los ojos a otras realidades y permiten que circule el conocimiento. Por eso volví tantas veces a París a colaborar con Marie e Irène [Joliot-Curie] en el laboratorio y mantuve siempre el contacto con Lise [Meitner], Ernest [Rutherford], Frederick [Soddy] y otras tantas colegas. Escribí libros de texto con Eva [Ramstedt], colaboré profesionalmente con mi hermana Liv, que también es química, y animé a mis estudiantes a viajar a otras universidades. Esa red de cooperación es fundamental. Por eso también participé activamente en la Federación Internacional de Mujeres Universitarias, incluso como presidenta entre 1926 y 1929. Fueron buenos tiempos, aunque después todo se complicó con el ascenso del nazismo.
P:
¿La ocupación nazi de Noruega en 1940 afectó a su trabajo?
E. G.: Por supuesto. Fue una época muy dura. Habíamos conseguido montar un buen laboratorio y nos permitieron seguir trabajando, así que lo usamos para dar refugio a colegas que huían de los nazis, como Elizabeth Róna o Marietta Blau. Colaboramos con la Resistencia noruega como pudimos, pasando mensajes a los aliados a través de Irène y de Frédéric… Hasta tuvimos que plantar un huerto para abastecernos cuando empezó a escasear la comida. A mi hermano Adler lo detuvieron y estuvo en un campo de concentración dos años. A mí también me arrestaron en una redada que hicieron en el laboratorio, pero conseguí librarme gracias a que hablo alemán y a mi aspecto físico: conseguí convencer a los guardias de que era inofensiva.
P:
Después de la guerra y ya jubilada, empezó a colaborar con la UNESCO en su
programa de alfabetización. En su intervención durante la primera sesión de la Asamblea General de esta institución en 1946 afirmó que: «Ante todo debemos
luchar contra el analfabetismo y la ignorancia. La ignorancia es sin duda la
raíz de todos nuestros problemas y de ella nace el rencor que convierte a
nuestros vecinos, ya sean personas o naciones, en enemigos. Por eso debemos
acabar con ella, cueste lo que cueste». ¿Sigue pensando que la educación tiene
ese poder?
E. G.: Sí, no me cabe duda de que la educación es nuestra arma más poderosa. Dediqué buena parte de mi carrera a mis estudiantes, a conseguir becas para quienes no tienen medios y a divulgar el conocimiento científico y la historia de la ciencia, también para el público general. Recuerdo que en los años treinta incluso montamos una serie de radio que se llamaba «Los elementos químicos» que tuvo cierto éxito. Mi colaboración con la UNESCO en este campo fue muy gratificante y me pesó mucho tener que renunciar a ella en 1953 en protesta por la entrada en la institución del régimen fascista español.
Muchas
gracias por su tiempo, Ellen, ha sido un placer charlar con usted.
Esta
entrevista ficticia es una licencia literaria, aunque los hechos descritos
están documentados en las referencias que aparecen a continuación. Recomiendo
especialmente el último artículo reseñado, que se puede leer casi completo en
Google Books, y el soberbio trabajo de tesis de Anette Lykknes.
Referencias
«Ellen Gleditsch».
Encyclopedia of World Biography. Encyclopedia.com. [Consultado el 8 de
marzo de 2021]
«Gleditsch, Ellen». UNESCO Archives AtoM Catalogue. [Consultado el
8 de marzo de 2021]
Lykknes, A. (2005) «Ellen Gleditsch: professor, radiochemist, and mentor».
Lykknes, A. (2019) «Ellen Gleditsch: Woman Chemist in IUPAC’s Early History».
Razkin, U. (2020). «Todos los caminos de la radiactividad llevan a Ellen
Gleditsch» Mujeres con
ciencia
Weidler
Kubanek, A.M.; Grzegorek, G.P. (1997) «Ellen Gleditsch:
Professor and humanist» en Rayner-Canham, Marelene F.; Rayner-Canham,
Geoffrey W. A devotion to their science pioneer women of
radioactivity. Philadelphia, Pennsylvania: Chemical Heritage Foundation.
¡Preciosa entrevista! Muchas gracias.
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