Hoy Javier nos pregunta si tenemos algún momento especial con la exploración espacial y la verdad es que si me lo hubieran preguntado hace un año, habría dicho que no. Llegué tarde al frenesí de la carrera espacial y a las reuniones en la casa del vecindario que tuviera tele para ver acontecimientos como la llegada del ser humano a la Luna. La serie Cosmos de Carl Sagan se estrenó justo el año que yo nací, así que era demasiado pequeña, y mis recuerdos televisivos de entonces tienen más que ver con La bola de cristal y la bruja Avería.
Mi relación con la exploración espacial siempre se había limitado a la ficción. Me encanta Verne; esas historias de aventuras en las que los protagonistas se las ingenian para resolver cualquier problema gracias a sus conocimientos y se lanzan a explorar los rincones más recónditos del planeta, o incluso a salir de él. Me fascinan esas obras que intentan imaginarse el futuro y otros mundos posibles, las distopías y la ciencia ficción: libros tan divertidos como la Guía del autoestopista galáctico, clásicos como La guerra de los mundos o los títulos de la gran Ursula K. Le Guin, cuyos conflictos interplanetarios van más allá de las típicas escaramuzas bélicas y se centran en choques culturales. En cualquier caso, siempre hay por ahí otra forma de vida no demasiado amistosa. El patrón se repite en la pantalla: siempre hay alguna raza alienígena que intenta invadirnos, se acerca algún meteorito que va a destruir el planeta o es el ser humano el que se topa con un parásito maligno durante sus viajes espaciales.
En el capítulo 14 de la duodécima temporada de The Big Bang Theory, Stuart y Denise advierten a Leonard y Raj de que no deberían intentar abrir un meteorito que tienen en el laboratorio: «¿Es que no habéis aprendido nada de los comics? ¿Virus espaciales? ¿Gente abducida? No vendo más que advertencias». Fuente de la imagen |
Quizá en este mundo de ficción también ha habido algún título que anticipaba mi momento especial, como la película Figuras ocultas o Apolo XIII. De la mano de unos y otros llegamos a junio de 2021, a la charla de Carlos Briones con la que acabó el curso pasado este máster. Y ahí vi la luz. En medio de una ponencia interesantísima sobre la exploración de Marte en la que nos habló de misiones y tecnología y también abordó temas como la bioética o la geoética, Carlos nos explicó cómo volverán a la Tierra las muestras que ahora mismo está tomando el Perseverance. Harán falta nada menos que tres misiones: la que ya salió en 2020 para llevar ese rover que está tomando muestras y otras dos que se lanzarán en 2026. Una de ellas transportará otro rover que se encargará de recoger el bote en el que Perseverance va guardando las muestras, meterlo en un cohete y ponerlo en órbita; la otra, lo interceptará mientras orbita y lo traerá a la Tierra, si todo va bien, para 2031.
Esquema de las tres misiones que serán necesarias para traer muestras desde Marte. Fuente |
Puede parecer obvio que esto de ir a otros planetas es muy difícil y que la ficción no es más que eso, ficción. Sin embargo, ese detalle me sirvió para darme cuenta de la cantidad de años de trabajo y de la cantidad de gente que ha tenido y tendrá que colaborar para traer hasta aquí un puñado de viales de 15 cm con muestras de minerales marcianos. Es increíble pensar en todas las cosas que tienen que salir bien para lograrlo o que no es posible hacerlo en un solo viaje de ida y vuelta, sino que hay que enviar tres misiones para distintas partes del trayecto. Seguiré leyendo a la Le Guin porque sigo creyendo que reflexionar sobre cómo podríamos ser nos ayuda a saber quiénes somos y que ese impulso de imaginar otros mundos es el mismo que nos mueve a intentar encontrarlos, pero a partir de ahora en mis lecturas habrá más títulos de divulgación para poder entender los entresijos reales de ese universo imaginario.
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