domingo, 13 de diciembre de 2020

Introducción a la historia de la ciencia. Tarea 8.1

Haciendo una búsqueda en periódicos o blogs, preguntando a vuestros amigos o parientes (o a vuestros alumnos, si sois profesores), localiza los episodios históricos que tus interlocutores tienen en la cabeza sobre el supuesto conflicto entre ciencia y religión. Una vez los tengas, analiza a qué se refieren con “ciencia” y con “religión” y si realmente abonan la idea del conflicto permanente y universal.

 

Para este ejercicio me voy a basar en las respuestas que varias personas de mi entorno han dado a la pregunta «¿Qué episodios históricos te vienen a la cabeza si te pregunto por el conflicto entre ciencia y religión?». Empecemos acotando la muestra: todas ellas son personas que viven en países de Europa o América, no creyentes, con estudios superiores e interés por temas científicos. La mayoría de las respuestas se han centrado en casos célebres como el asesinato de Hipatia, la muerte en la hoguera de Servet, la condena por herejía a Galileo, los juicios de Darwin o el papel de la Inquisición. También han surgido ejemplos como la quema de brujas, la quema de códices mayas, la expulsión de España de grupos religiosos no cristianos o las barreras de acceso a las mujeres a toda actividad científica o cultural, todos ellos factores que habrían supuesto una pérdida de conocimientos científicos y habrían creado un clima menos propicio para el avance de la ciencia. Además, las respuestas extienden este conflicto hasta la actualidad, con la oposición religiosa a ciertos avances biomédicos o la existencia de concordatos entre Estados en teoría laicos y la Iglesia, lo que permite la entrada de la religión en las aulas.

¿Respaldan estas respuestas la idea del conflicto permanente y universal entre ciencia y religión? Descartemos de entrada el adjetivo universal, ya que me faltan datos y conocimientos para formular una hipótesis en un sentido o el otro, y centremos el tema en un contexto occidental de ascendencia cristiana.

Para saber si ese conflicto entre ciencia y religión ha existido siempre, tendríamos que saber qué es la ciencia y qué es la religión. ¿En qué momento surge exactamente lo que hoy entendemos por ciencia como forma de conocimiento con un método empírico o falsable basado en la observación, no en la revelación de una divinidad? Aunque Bacon sentó las bases del método científico en 1620, el término «científico» lo introdujo William Whewell en 1833 y la profesionalización de la ciencia no se produjo hasta el siglo XIX. ¿Y siempre hemos entendido la religión como sistema de creencias? Los límites entre ambas han sido muy difusos durante gran parte de la historia: las primeras universidades tienen un origen religioso, muchos de los grandes nombres de la ciencia eran creyentes o incluso religiosos (por ejemplo, quien postuló la teoría del Big Bang fue Georges Lemaître, sacerdote) y algunas de las teorías que hoy consideramos pasos para dejar atrás la religión y acercarnos a la razón no tenían esa intención en su época. No podemos desligar una idea de su contexto histórico ni juzgar lo que quiera que fuera la ciencia en esos momentos con una mirada contemporánea.

Siguiendo con esta idea de los límites entre ciencia y religión, en esta serie de artículos publicada en el Cuaderno de Cultura Científica, César Tomé repasa el caso de Galileo y llega a la conclusión de que la disputa no se debió tanto al trasfondo científico de la cuestión, si la Tierra giraba o no alrededor del Sol, como a cuestiones de interpretación de la Biblia. De hecho, Galileo era creyente. Y, sin embargo, lo condenaron por herejía. Y Servet acabó en la hoguera, igual que muchas «brujas».

Si volvemos a las respuestas a la pequeña encuesta inicial, vemos que casi todas identifican la ciencia con una idea de progreso y libertad de conciencia y, en el otro extremo, la religión con la Iglesia. Así que puede que ese conflicto no sea entre la religión y la ciencia, sino entre la Iglesia o las Iglesias, cristianas en este caso, y aquellas formas de conocimiento independiente o aquellos saberes procedentes de otras culturas o tradiciones que choquen con sus dogmas o amenacen su statu quo, su legitimidad para imponer una visión del mundo. En ese caso, se habría producido una lucha de poder y un juego de equilibrios en cada momento histórico: algunas tradiciones paganas se asimilaron a la tradición cristiana, otras se toleraron, otras se persiguieron, según los intereses institucionales de cada momento. Puede que, como se plantea en la conferencia que acompaña a esta unidad, ese conflicto se mitificara o elevara a la categoría de conflicto general durante el siglo XIX precisamente para legitimar la creación de universidades laicas o la profesionalización de la ciencia, como forma de diferenciación con los saberes anteriores, en lo que sería otra forma de luchas de poder.

Si avanzamos en el tiempo hasta nuestros días, hasta nuestra concepción de ciencia, parece revelarse un conflicto fundamental con la religión. El físico y matemático Alan Sokal afirma en esta entrevista publicada en El País que «hay una oposición fundamental e inevitable entre la ciencia y la religión. No tanto por su discrepancia sobre teorías concretas como el heliocentrismo hace cuatro siglos o la evolución biológica. Más bien hay una contradicción fundamental sobre los métodos que los seres humanos deberían seguir para tener un conocimiento fiable del mundo». A este respecto cabría preguntarse si religión y ciencia se ocupan del mismo negociado o si se le puede pedir un método a un sistema de creencias, y la reflexión vuelve a llevarnos al mismo punto, al de la lucha de legitimidades y la búsqueda de prestigio mediante el establecimiento de oposiciones con otros sistemas. O incluso mediante la conquista del espacio dominante que ocupan otros sistemas. Pérez Iglesias recoge en su artículo «Ciencia y democracia (I): la ciencia moderna y la Ilustración» una cita de Popper que condensa esta idea y también esa noción de la ciencia que se traslucía en las respuestas citadas al comienzo de esta entrada: 

«Bacon es verdaderamente el padre espiritual de la ciencia moderna. No a causa de su filosofía de la ciencia y de su teoría de la inducción, sino porque se convirtió en el fundador y el profeta de la iglesia racionalista, una suerte de antiiglesia. Esa iglesia no se fundó sobre una roca, sino sobre la visión y la promesa de una sociedad científica e industrial, una sociedad basada en el dominio del hombre sobre la naturaleza. La promesa de Bacon es la promesa de la autoliberación de la humanidad a través del conocimiento».

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