En el siglo XXI, la evolución digital e Internet
han generalizado el acceso al conocimiento y modificado el sistema de difusión
de información científica: hemos dejado atrás el modelo unidireccional en el
que una única fuente —la comunidad y las instituciones científicas— dirigen su
mensaje a un intermediario —los medios de comunicación— para que llegue al
público final —la sociedad—. Ahora estamos inmersos en un contexto diverso en
el que se han multiplicado las fuentes y en el que los emisores originales
pueden dirigirse a los receptores sin necesidad de intermediarios.
Este cambio de paradigma conlleva consecuencias
positivas, como el aumento de las iniciativas de divulgación científica o la
posibilidad de acceder a todo tipo de conocimientos en un clic. No obstante,
también se plantean otros resultados negativos o, al menos, controvertidos, como la proliferación de fuentes que divulgan noticias falsas y pseudociencias
revistiéndolas de un carácter científico o la mediatización de la comunicación
científica. En un panorama en el que prima la inmediatez, con un constante
bombardeo de información —no siempre veraz— desde múltiples canales y en el que
se imponen los titulares sensacionalistas, el periodismo científico se enfrenta
a unas condiciones de trabajo precarias que dificultan la labor periodística de
investigación y cuestionamiento de las fuentes: el ejercicio del periodismo
científico corre el riesgo de convertirse en una mera caja de resonancia de las
noticias suministradas por las esferas científicas.
En su libro La educación ambiental. Bases
éticas, conceptuales y metodológicas, María Novo afirma que la tecnología
jamás es neutra: «La pregunta radical que conviene hacerse no es respecto a los
medios (es decir, si una nueva técnica, un nuevo instrumental, nos resuelven
el “cómo” afrontar un problema), sino respecto a los fines (los “por
qué” y “para qué” vamos a intentar resolver el problema de esa manera)».
En este contexto, en las sociedades democráticas
se revela fundamental la implicación de la ciudadanía y nuevos conceptos como
el de investigación e innovación responsable, que busca la participación
ciudadana para «alinear sus resultados con los valores de la sociedad». Y, para que se produzca
esa participación, es imprescindible que exista acceso al conocimiento, porque
una ciudadanía informada es una ciudadanía crítica que, por tanto, se implica
más en los mecanismos democráticos.
La disponibilidad de información de calidad y la
exposición a noticias rigurosas fomentan el interés personal por los temas
científicos, propician la reflexión y mueven a actuar, desde una posición
informada, para influir en los procesos democráticos de toma de decisiones.
Esta implicación actúa como sistema de control democrático y además permite
vencer aquellas resistencias a los avances científicos que se fundan en
prejuicios sin base objetiva, lo que se traduce en un doble enriquecimiento
tanto para la ciencia como por la sociedad.
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