En el siglo XVI, la Corona
española, movida por su deseo de ampliar sus posesiones y participar en el
comercio europeo con Oriente que habían iniciado los portugueses, organizó
varias expediciones para llegar a las conocidas como islas de la Especiería.
Tras cinco intentos frustrados —los dos primeros desde España y los restantes
desde México—, el sexto, comandado por López de Legazpi y Andrés de Urdaneta, tuvo
éxito.
Urdaneta, que había estudiado filosofía, matemáticas, astronomía y náutica, había participado en la segunda expedición dirigida por Jofre de Loaisa, que llegó a las Molucas en 1526 y sufrió todo tipo de vicisitudes. Se vio obligado a quedarse allí con otros supervivientes de la tripulación durante 11 años, tiempo durante el cual estudió las técnicas de navegación de la zona y elaboró cartas marítimas. Después de volver a la metrópoli en 1935, se afincó en el virreinato de Nueva España, donde entró en la orden de San Agustín. Desde allí se embarcó en la expedición de Legazpi que partió en 1564 desde Acapulco hacia Filipinas y consiguió llegar a buen puerto. Urdaneta propuso volver a Acapulco por el Pacífico, pero ascendiendo hasta Japón, y aprovechó la corriente de Kuroshivo para regresar a América. El conocimiento que adquirió sobre corrientes, ciclones y condiciones atmosféricas en su anterior viaje a Oriente le permitió descubrir el tornaviaje tan ansiado: así nació una ruta comercial circular entre México y las Filipinas que en adelante se conocería como el Galeón de Manila y que estuvo activa entre 1565 y 1815.
Este viaje entre Acapulco y Manila tenía sus extensiones hacia Occidente con destino a España, pero también hacia Oriente. Los españoles colonizaron Filipinas, una labor que encomendaron a los frailes agustinos que estaban en México, pero su verdadero objetivo era saltar a China, algo que intentaron mediante misiones religiosas. Fray Martín de Rada, agustino, fue uno de los primeros en aventurarse en territorio chino y en documentar sus hallazgos con relaciones de sus viajes y varios tratados sobre la lengua china. Le siguieron otros religiosos como Juan González de Mendoza, autor de la Historia del Gran Reino de la China, que se publicó en España en 1585 y se tradujo a varios idiomas, siendo una de las principales fuentes de conocimiento sobre China en Europa en aquel momento. El dominico Juan Cobo fue el primero en traducir una obra china al español, tradujo al chino catecismos y textos de Séneca y escribió un libro original en chino de contenido religioso y científico. Cobos y otros religiosos como Pedro Bautista también intentaron tejer lazos con Japón, pero su empeño fue infructuoso, ya que su única motivación era la evangelización y lo que interesaba a los japoneses era obtener conocimientos sobre fabricación de barcos y técnicas mineras.
Pero la circulación de conocimientos entre
los tres continentes fue mucho más allá de estas incursiones religiosas
iniciales. Aunque en su viaje hacia Acapulco los galeones llevaban productos
filipinos, la mayor parte de la carga procedía de China e incluía también
mercancía de la India o Japón: sedas, porcelana, tapices, especias, prendas de
algodón indio, biombos, lacados o distintas especies vegetales, como el mango. Desde
Acapulco salía principalmente plata de las minas americanas, muy demanda en
China, además de plantas como el tomate o la patata, que supuso un cambio en
los hábitos agrícolas y alimentaciones chinos. Con el tiempo, los intercambios
se fueron refinando, con mercancías que viajaban y volvían a su origen
transformadas: desde Acapulco se enviaban algunos de los tintes que China usaba
para teñir la seda que más tarde vendería a América; el mercurio de las minas
chinas cruzaba el océano y llegaba a las minas del virreinato para la
purificación de la plata que arribaría a territorio chino en forma de lingotes
y monedas, que incluso llegaron a estar en circulación en China después de un
resellado.
A todos estos flujos hay que sumar el de
personas. En el barrio del Parián de Manila se asentó una importante comunidad
de comerciantes y artesanos chinos, conocidos como sangleyes, además de población
procedente de América, convirtiendo la ciudad en un crisol de culturas en el
que se intercambiaban técnicas y conocimientos de distintos oficios. Al otro
lado del Pacífico sucedió lo mismo con la llegada de artesanos, trabajadores
asiáticos y esclavos destinados a los astilleros en los que se fabricaban los
galeones, que llevaron consigo las técnicas usadas en el astillero de Manila,
en el que se utilizaban materiales distintos. Aunque algunos de ellos
retornaron o huyeron, otros se asentaron en territorio mexicano y tuvieron una
influencia en la cultura mexicana que llega a nuestros días.
En el Galeón de Manila unió Asia y América
a través de un flujo constante de mercancías, personas, cartas marítimas,
relaciones de viajes, estudios sobre lenguas filipinas o americanas y nuevas
ideas. Y todo ello estaba conectado también en un camino de ida y vuelta con
Europa, creando una vía de intercambio de conocimientos entre los tres
continentes.
Referencias
Caranci, C. A «El tornaviaje Andrés de Urdaneta (1564-65)». Sociedad Geográfica
Española
Cervera Jiménez, J. C. (2020) «El Galeón de Manila: mercancías, personas e ideas viajando a través del Pacífico(1565-1815)» México y la Cuenca del Pacífico, vol. 9, n.º 26
Folch Fornesa, D. (2008) «Biografía de fray Martín de Rada» Huarte de San Juan. Geografía e historia, n.º 15
Mayer Celis, L. (2012) «La circulación de hombres, instrumentos, libros y conocimientos en el siglo XVI.El caso del tornaviaje en el océano Pacífico». Quipu, Revista
Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología, vol. 14, n.º 2
Palacios, H. (2008) «Los primeros contactosentre el Japón y los españoles: 1543-1612» México y la
Cuenca del Pacífico, vol. 11, n.º 31
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