El componente fundamental del
núcleo de la Tierra es el hierro, un elemento relativamente pesado que tiene 26
protones. Pensemos en uno de esos protones: ¿de dónde viene y cómo llegó allí?
Para conocer su historia y la de sus compañeros de viaje, tenemos que
remontarnos hasta el Big Bag, hace 13 800 millones de años.
El universo que nació con la gran
explosión inicial era una sopa de partículas elementales: quarks, electrones y
gluones. La temperatura y la presión eran tan altas que ni siquiera operaban
todavía las cuatro fuerzas fundamentales: la gravedad, el electromagnetismo, la
fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil. Este periodo, conocido como
era de Planck, duró apenas una ínfima fracción de segundo. Tras ese fugaz
instante, la expansión del universo permitió que la temperatura bajara lo
suficiente para que entrara en escena la gravedad. Gracias a ella, los quarks
pudieron unirse en grupos de tres, creando neutrones y protones. Así nació nuestro
protón.
Pocos segundos después del Big
Bang, la fuerza nuclear fuerte permitió la formación de los núcleos atómicos
más básicos y ligeros. Es decir, el protón al que le estamos siguiendo la pista
hizo amigos: puede que se uniera a un neutrón para formar un átomo de
hidrógeno, como el 75 % de sus homólogos, o puede que fuera de los que
preferían las familias numerosas y se integrara en un núcleo de helio,
acompañado de otro protón y dos neutrones. Los electrones seguían circulando
libres, sin ataduras, en un plasma informe.
En este punto, el ritmo de los
cambios se ralentizó, el cosmos siguió expandiéndose y enfriándose, hasta que,
300 000 años después, las interacciones de la fuerza nuclear débil y el
electromagnetismo obligaron a esos electrones que vagaban libres por la sopa a
sentar la cabeza: se integraron en los núcleos atómicos para formar los
primeros átomos estables. Así es como nuestro protón ganó nuevos compañeros con
los que creó un átomo. Seguimos sin saber si de hidrógeno o de helio.
Los átomos se fueron acercando
atraídos por la gravedad, creando zonas cada vez más densas y dando paso a la
formación de estrellas. El protagonista de nuestra historia fue a parar a una
de ellas, en la que su vida dio otro vuelco. La estrella en la que se alojaba
fue ganando masa, tanta que la temperatura y la presión subieron hasta
desencadenar reacciones de fusión termonuclear, que generan átomos cada
vez más pesados. Ese átomo de hidrógeno o helio en el que se encontraba, se fusionó con otros, dando lugar a átomos de helio o carbono, que volvieron a fusionarse para crear oxígeno. La sucesión de reacciones continuó hasta llevar a nuestro protón a un átomo de hierro, el más pesado que se puede formar dentro de una estrella. ¿Y cómo llegó a
la Tierra?
La azarosa existencia del pequeño
protón, ya integrado en un átomo de hierro, se topó con otra revolución. La
estrella en la que vivía llegó al final de su vida y explotó en una enorme
supernova, que sembró el espacio de polvo. Otra sopa, aunque esta más sustanciosa
y diversa, porque a los omnipresentes átomos de hidrógeno con sus acólitos de
helio se habían sumado pequeñas cantidades de esos elementos más pesados formados
en el interior de la estrella, como el hierro en el que se estaba nuestro
protón. Incluso apareció un puñado de átomos todavía más pesados, fruto de las
altísimas temperaturas de la supernova.
La vida nunca para y la gravedad,
tampoco. Volvió a comenzar el ciclo, la materia disgregada volvió a condensarse
y nuestro férreo protón encontró de nuevo alojamiento hace unos
4600 millones de años en un astro de segunda generación, la Tierra. Como
componente de un átomo de hierro, denso y pesado, se trasladó al núcleo. Podría
haberse quedado en una capa más externa, haber probado el ciclo litológico para
saber qué se siente al salir expulsado de un volcán y vivir otras mil aventuras,
quién sabe si entre mineros asturianos o en el torrente sanguíneo de un
berberecho, pero, a su edad, el núcleo de un planeta le pareció un buen
destino. De momento, porque esta no es más que otra de las escalas de un viaje
que todavía no ha acabado.
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