sábado, 27 de enero de 2024

Las estaciones de la inteligencia artificial

 

Un telar mecánico: seguramente eso debería ser la inteligencia artificial para una traductora. Sin embargo, me parece más acertado decir que es un imaginario, una construcción simbólica, como argumentan Sánchez y Torrijos en La primavera de la inteligencia artificial. Un relato cuya historia ha vivido varios inviernos y ahora parece encontrarse en un verano de récord gracias a productos estrella supuestamente infalibles impulsados, en muchos casos, por empresas privadas.

Es en ese carácter privado en el que podría radicar la principal diferencia entre la IA y el resto de las ciencias: la ciencia, para serlo, debe estar sujeta al examen de toda la comunidad científica; en cambio, las aplicaciones de IA tienen mucho de caja negra. La investigación médica, la ingeniería nuclear o la civil, todas deben cumplir unas normas, pero hasta ahora no existe ninguna regulación que limite la investigación de las tecnológicas, que han admitido, por ejemplo, que, sin usar materiales sujetos a derechos de autor, no habrían podido desarrollar herramientas como ChatGPT.

Comprar acríticamente ese relato de infalibilidad e inevitabilidad de la IA, alimentado por intereses privados, nos impide entender qué puede hacer realmente la IA, para qué queremos usarla, sus implicaciones éticas, ecológicas y socioeconómicas o sus riesgos.

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