Sin la erupción del volcán
Tambora en 1815, hoy no podríamos disfrutar del Frankenstein de Mary
Shelley. Aunque esta afirmación pueda parecer atrevida, como aquella
célebre pregunta sobre la posibilidad de que el aleteo
de una mariposa en Brasil desencadene un tornado en Texas, lo
cierto es que la vida tal y como la conocemos es el resultado de una serie de
acontecimientos que propiciaron las condiciones idóneas para su aparición y
evolución. En este cóctel de factores interrelacionados que han modelado la
estructura del planeta Tierra, su clima o sus características se encuentra una
vieja compañera: la Luna.
Pero ¿de dónde salió la Luna?
¿Por qué nos acompaña desde hace tanto tiempo? Aunque se han propuesto varias hipótesis, la más
aceptada hasta ahora es la que plantea un choque violento entre un cuerpo
planetario, Theia, y nuestro planeta hace unos 4500 millones de años. El
impacto habría arrancado de la superficie de la Tierra una gran cantidad de
materia, que habría quedado en la órbita terrestre para acabar consolidándose y
creando la Luna. Sea como fuere, su presencia es clave para la vida.
Ilustraciones de la Luna de la astrónoma Maria Clara Eimmart. s. XVII. Fuente |
Una de las consecuencias más conocidas de tener Luna es que su atracción genera el fenómeno de las mareas, que no solo son determinantes para la forma de vida de muchas especies adaptadas a los flujos y corrientes marinos, sino que también tienen un efecto ralentizador en la velocidad de rotación de la Tierra: sí, las mareas nos frenan. Originalmente, el día terrestre duraba alrededor de seis horas, pero la fuerza de rozamiento de las bajamares y pleamares debidas a la fuerza gravitatoria de la Luna —y, en menor medida, del Sol— ha ido reduciendo el ritmo hasta las 24 horas actuales, a las que se siguen sumando unos 20 segundos cada millón de años. Sin la Luna y sus mareas, la Tierra giraría mucho más rápido, los vientos de su superficie alcanzarían velocidades mucho mayores y las corrientes oceánicas sería distintas; es decir, puede que las condiciones climáticas del pasado no hubieran sido las idóneas para la aparición de la vida.
Pero no solo es cuestión de
velocidad, también de estabilidad. La Tierra gira alrededor del Sol con
una inclinación de unos 23° respecto al plano de su órbita. Esta oblicuidad es
la responsable de que distintas partes del planeta reciban una cantidad
diferente de radiación solar según la época del año, es decir, es la causante
de las estaciones. Y para mantener esa inclinación, el eje de la Tierra describe
un movimiento circular denominado precesión que tarda en completarse
unos 26 000 años. Sin la gravedad de la Luna, la precesión se ralentizaría
y el eje perdería su estabilidad, como una peonza que se bambolea antes de caer.
Y sin eje estable en torno a los 23 grados, podríamos encontrarnos
encontraríamos con cambios climáticos incompatibles con la vida (grandes diferencias de temperatura
entre zonas con mucha insolación y otras prácticamente a oscuras, vientos extremos
y fenómenos climatológicos adversos de gran magnitud).
Movimientos orbitales recogidos en los ciclos de Milankovitch. Hannes Grobe, Alfred Wegener Institute for Polar and Marine Research, CC BY-SA 2.5 |
De hecho, las variaciones naturales de estos movimientos orbitales podrían ser los responsables de los períodos glaciales e interglaciares del Holoceno, según la teoría de los ciclos de Milankovitch. El ingeniero y matemático serbio utilizó modelos matemáticos para relacionar los tres parámetros de los movimientos la rotación y la traslación de la Tierra (la excentricidad de la órbita, la oblicuidad y la precesión) con variaciones climáticas cíclicas a lo largo de milenios. Así, estableció que las glaciaciones son períodos de alta excentricidad, baja inclinación y una distancia grande entre el Sol y la Tierra en verano en el hemisferio norte. En cambio, las épocas interglaciares coinciden con una baja excentricidad, una alta inclinación y distancias estivales menores entre el Sol y la Tierra.
Retomemos la hipótesis del aleteo de las mariposas que provoca tornados a miles de kilómetros de distancia. Vemos que pequeños detalles como esos pocos segundos que la fuerza de gravedad de la Luna le ha ido restando a la velocidad de rotación de la Tierra han sido fundamentales para la existencia de la vida. Y puede que esas variaciones climáticas que se describen en los ciclos de Milankovitsch lo hayan sido también para la evolución de nuestra especie. Según la teoría más aceptada en la actualidad, el Homo sapiens se extendió por todo el planeta desde África y puede que en esas migraciones tuviera mucho que ver el clima. Como reza el subtítulo del libro Orígenes de Lewis Dartnell, la historia de la Tierra determina la historia de la humanidad, una historia en la que lo biológico va de la mano de lo cultural: ¿seríamos los mismos si nuestros antepasados no hubieran aprovechado las mareas para pescar o navegar?
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