En su libro La universidad innovadora, Christensen y Eyring abordan el futuro de las universidades desde la óptica de la innovación disruptiva. Plantean que, ante la aparición de nuevas entidades que ofertan cursos universitarios en línea gratuitos o de bajo coste como los MOOC, las universidades tradicionales deben reinventarse y adoptar la virtualidad para poder competir en el mercado. Ante estas propuestas, cabría preguntarse si este análisis centrado en las universidades privadas estadounidenses de la Ivy League tiene sentido en un contexto como el nuestro o si es lícito aplicar criterios de mercado a las universidades.
En cualquier caso, la enseñanza no presencial es ya una realidad que se ha amplificado con la pandemia y que podría determinar el futuro de la universidad. Sin embargo, el uso de estas tecnologías no es neutro y conlleva múltiples consecuencias que deberíamos valorar. Por ejemplo, aunque la educación en línea parecía abrir una vía de democratización dando acceso a los contenidos a todo el mundo y desde cualquier lugar, la realidad que hemos vivido con esta crisis sanitaria ha sido distinta. Con el cierre de los centros educativos hemos perdido un elemento igualador y el alumnado más desfavorecido ha tenido muchas más dificultades para estudiar.
La comunidad educativa lleva tiempo estudiando este fenómeno. Silva y Salgado (2014) apuntan varias ventajas del uso de MOOC para la formación docente, como la posibilidad de capacitar a más profesorado para satisfacer una demanda creciente, pero también ciertos peligros: estos cursos gratuitos podrían ahondar la división entre modelos educativos de primera y de segunda, en función de su prestigio y su precio, o fomentar una suerte de neocolonialismo en el que las universidades punteras de los países occidentales impusieran su enfoque en el resto del mundo. Hogan y Williamson (2021) señalan que el uso de tecnologías educativas virtuales durante la pandemia ha potenciado la privatización de la educación superior, permitiendo que unas pocas empresas hayan aprovechado su función como proveedoras de las plataformas para dar un paso más e influir, directa o indirectamente, en los métodos pedagógicos, los contenidos o la planificación. Este fenómeno también ha repercutido en las condiciones de trabajo del profesorado, su autonomía docente o la introducción de tecnologías de vigilancia e inteligencia artificial para controlar al alumnado.
Algunos gurús tecnológicos defienden que la lógica de las innovaciones disruptivas es imparable y que la educación del futuro será inevitablemente virtual. Sin embargo, si las escuelas y universidades son instituciones que desempeñan una función social, la sociedad debe poder analizar, de la mano de la comunidad educativa, las repercusiones e implicaciones de estas innovaciones y decidir democráticamente si desea adoptarlas, en qué medida o para qué fines. Como afirma Edwards (2021), «el uso de la tecnología ha de ser una decisión deliberada, no un proceso incuestionable». A veces puede parecer lo contrario por la velocidad de los cambios y los discursos deterministas, pero la tecnología es, o debería ser, una herramienta al servicio de la sociedad.
Christensen, C.M.; Eyring, H.J. (2011). «The Innovative University: Changing the DNA of Higher Education from the Inside Out».
Edwards, D. (2021) «La tecnología educativa, el bien público y la democracia». Internacional de la Educación
Hogan, A.; Williamson, B. (2021) «Pandemia y privatización en la educación superior: tecnologías de la educación y reforma de la Universidad» Investigaciones Internacional de la Educación
Lacort, J. (2020) «La escuela por Internet iba a democratizar la educación, pero el curso forzosamente online está teniendo el efecto opuesto». Xataca
Silva Peña, I.; Salgado Labra, I. (2020) «Utilización de MOOCS en la formación docente: ventajas, desventajas y peligros» Profesorado. Revista de Currículum y Formación de Profesorado, vol. 18, n.º 1
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